Los mártires, aún hoy, nos hablan: Francisco Alonso Fontaneda (H. Eduardo María)
A su madre le decía: «No he nacido para el campo, he nacido para ser religioso».
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A su madre le decía: «No he nacido para el campo, he nacido para ser religioso».
Nació en Híjar, Teruel. Ingresó a los veinte años en El Olivar. Era observante, humilde, obediente, trabajador, amante de las cosas de la comunidad, grave y jovial. Contagiaba alegría a cuantos le trataban. Estuvo cuarenta y cinco años al frente de la explotación agrícola de El Olivar; siendo de su incumbencia las caballerías, los vinos, los criados, las sementaras. Pero, sobre todo descolló como buen religioso, observante y devoto. Fue de los últimos en abandonar El Olivar, el 5 de agosto.
Los testimonios que de él tenemos nos hablan de que «empleaba su peculiar habilidad para un sinfín de menesteres en la comunidad y en el colegio. Por ejemplo, en Lucena, fue operador de cine: realizaba éste y otros menesteres con dedicación y esmero. Por donde pasó, dejó recuerdo de persona seria y convencida de su vocación religiosa».Podéis leer su biografía.
Más información sobre los mártires maristas, aquí.
Ocupó el cargo de prefecto de internos en varios colegios en donde estuvo, empleo que le cuadraba de forma admirable y en el que fue un verdadero educador. Manifestaba en este cargo una gran prudencia y un enorme respeto hacia los alumnos, incluso hacia los menos disciplinados. A todos ellos los trataba con amabilidad. Conseguía todo lo que deseaba de sus alumnos, empleando para ello la prudencia y la razón, pero teniendo siempre comprensión con ellos y ocultando atinadamente sus defectos humanos.
Nació en Aguilar de Segarra. Vistió en San Ramón. En todas las comunidades era muy útil, haciendo el mantenimiento de la casa, ayudando en el campo, pero lo suyo era la cocina, escrupulosamente observante y un apóstol en su epistolario. Estaba en El Olivar y fue sorprendido por una patrulla de milicianos, a los que tuvo que hacer la cena. Presenció el saqueo y la profanación del templo y del cementerio. A la mañana siguiente, lo fusilaron.
En Toledo, donde permanecerá hasta su muerte. Tampoco tuvo excesiva satisfacción en su nueva labor docente, pero no se desesperó por ello. En vez de desanimarse, se dedicó a fortalecer más y más su vida interior. A todas estas adversidades se añadían las que provenían de la situación política en contra de la Iglesia y de las congregaciones religiosas. Los contratiempos no arruinaron su tesón; más bien, lo fortalecieron en su vocación y le ayudaron a poner su confianza en Dios. Estas disposiciones de ánimo son las que mantuvo en el momento decisivo de la entrega de su vida.
Como profesor, se distinguió por atender con docilidad las observaciones que le hacían sobre la manera de dirigir una clase y el interés en ponerlas en práctica. Se sentía animado por un ardiente deseo y un ansia de catequizar a los niños y jóvenes.
El éxito en la vida no tenía importancia para el H. Javier Benito, ni deseaba triunfar en el mundo; más bien aspiraba a entregarse por entero a la voluntad de Dios, lo que manifiesta la grandeza y la rectitud de su alma. Por ello, quizá mereció ser mártir de su fe. Por el sencillo hecho de ser religioso, fue asesinado en Toledo el 23 de agosto de 1936.
En las visitas que hacía a sus familiares, éstos se sentían edificados por el fervor y la perfección con que cumplía los ejercicios de devoción y todos los rezos, así como la austeridad con la que correspondía a los obsequios de sus padres y hermanos.
Nació en Jijona. Era de una personalidad prodigiosa. Fraile próximo, cercano, jovial, humilde, pulcro, entrañable, nacido para ser amigo, para hacer amigos. Fue formador, superior y provincial. Educó en la bondad, gobernó desde la cercanía. Predicó mucho y bien, hasta tres sermones diarios. Se escondió en casa de mosén Terraza. El 25 de julio irrumpieron en su habitación cinco milicianos que, pistola en mano, le preguntaron si era sacerdote. El padre Tomás respondió rotundamente: “Sí, y provincial de los Mercedarios”; ante lo que ellos exclamaron: "¡Ah! ¿con que cura y fraile? Pues no hemos perdido el viaje, vente con nosotros”. Lo mataron al llegar a la escalinata de la catedral de Lleida.