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Ayudando a vivir (Obispo Joan)
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Fecha publicación: 
Jue, 05/22/2014
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En el evangelio se presenta la institución de la Eucaristía como el punto de llegada de toda la misión de Jesús. "¡Cuánto he deseado comer con vosotros esta Pascua antes de padecer! Porque os digo que ya no la comeré más hasta que la Pascua encuentre su cumplimiento en el Reino de Dios" (Lc 22, 15-16). Por eso, es normal que la celebración de la Eucaristía aparezca como la fuente y la culminación de la predicación evangélica y centro y raíz de toda la vida de los discípulos de Jesús  (PO 5; 14).

Tendríamos que recuperar el dinamismo profundo de la celebración eucarística y pienso que la celebración del Corpus nos ofrece una buena ocasión. La vida cristiana, toda ella, tiene su centro en la Eucaristía y la vivencia de este sacramento no puede reducirse a un rito o a una devoción privada.

Ya en el siglo II se pedía tomar en serio las cosas afirmando que "no está permitido a nadie participar de la eucaristía... si no vive como Cristo nos enseñó. Porque no comemos la eucaristía como si fuera un pan ordinario, ni la bebemos como una bebida usual, sino que hemos aprendido que ese alimento sobre el que fue dicha la acción de gracias que contiene las palabras de Jesús... es precisamente la carne y la sangre del mismo Jesús que se encarnó" (San Justino).

Y, como escribía el beato Salvi Huix, obispo mártir de Lleida, “cuando participemos de la Eucaristía nadie debe olvidar: la Iglesia, la tierra nativa propia, la diócesis, la parroquia, la familia, los amigos, nuestros difuntos, los pobres, los enfermos, todas las miserias del mundo. Muy en particular los pecadores, los indiferentes, los tibios, los vacilantes..., los que luchan por la virtud, para adquirirla, por no perderla, para acertar a perfeccionarla.”

Hemos de rechazar la tentación de una espiritualidad oculta e individualista, que poco tiene que ver con las exigencias de la caridad, ni con la lógica de la Encarnación... El mensaje cristiano, no aparta a los hombres de la tarea de la construcción del mundo, ni les impulsa a despreocuparse del bien de los demás, sino que les obliga más a llevar a cabo esto como un deber (Juan Pablo II, NMI 52). Por eso, para evitar un posible divorcio entre la celebración de la Eucaristía y la vida concreta, debemos profundizar en el sacramento de la nueva alianza y no perder de vista la dimensión social de la fe. Es el sacramento del amor y, en consecuencia, compromete a una vida de servicio y entrega.

La participación en la Eucaristía nos introduce en el dinamismo propio de la comunión: nos hace aprender a vivir el don de Dios y a vivir siendo un don para los demás. Jesús ha sido el perfecto "hombre-para-los-demás" y acercarse a Él participando de su mesa nos debe hacer crecer en la mutua donación, en el compartir, que es más que hacer cosas por los demás. La Iglesia está llamada a manifestar y a realizar el misterio del amor de Dios a los hombres en lo concreto de la historia (GS 45), y lo mismo ha de hacer cada uno de sus miembros en la vida de cada día. 

Recibid el saludo de vuestro hermano obispo,

+ Joan Pirirs Frígola, Obispo de Lleida