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Ayudando a vivir (Obispo Joan)
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Fecha publicación: 
Dom, 06/08/2014
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Los antiguos escritores bíblicos estaban convencidos de que toda la humanidad procedía de un tronco común y no se explicaban cómo había tanta gente enfrentada, dividida e incapaz de entenderse. A tal efecto, casi mil años antes de nuestra era, construyeron el relato de la torre de Babel (Gen 11,1-8) en el que los hombres, al intentar edificarse un templo a sí mismos, rompieron la unidad del género humano, demostrando que cuando el ser humano cree que puede ser dios se convierte en un peligro para sus semejantes y viceversa.

Más de diez siglos después, leemos otro relato en el libro de los Hechos de los Apóstoles, acompañado de eventos expresados como si se tratara de fenómenos sensibles: ruido de viento huracanado, lenguas de fuego... Es la manera que utiliza san Lucas para expresar cómo aquellos primeros discípulos, asustados por lo ocurrido con su Maestro y con las puertas cerradas por miedo a los judíos, sintieron la fuerza del Espíritu de Dios que se les metía dentro, perdieron el miedo, y empezaron a dar los primeros pasos hablando con libertad y difundiendo la buena noticia de la muerte y resurrección de Jesús.

El texto dice que "residían en Jerusalén judíos devotos de todas las naciones que hay bajo el cielo" (Hech 2,5), y el signo dado por la acción del Espíritu Santo, el signo que desconcierta, es que cada uno los oía hablar en su propia lengua. El Espíritu había hecho posible la unidad, sin uniformarlos: las lenguas seguían siendo diferentes, pero el entendimiento era posible.

Poco importa averiguar en qué consistió ese fenómeno. Lo que importa es que el día de Pentecostés el mundo pudo descubrir y experimentar la unidad hecha de diversidad; que la comunidad de Jesús nace abierta a todos; que Dios ya no quiere la uniformidad, sino la pluralidad; que no quiere la confrontación sino el diálogo; que ha comenzado una nueva era en la que hay que proclamar que todos podemos ser hermanos a pesar de las diferencias; que ya es posible entenderse superando todo tipo de barreras que impiden la comunicación. Y ello porque el Espíritu nos facilita un lenguaje universal, el único que conduce al entendimiento respetando las diversas maneras de expresarse: el lenguaje del amor, el lenguaje de la entrega en favor de la construcción de un mundo nuevo en el que nadie quiera ser dios de nadie, el lenguaje de los que intentan construir una verdadera fraternidad universal.

El relato de los Hechos de los Apóstoles hace algunas precisiones que nos deberían llevar a los bautizados a una buena revisión de vida: por una parte nos dice que hace falta recogimiento y oración para recibir el Espíritu y para abrir las puertas de la comunidad (los discípulos reunidos y orando, en compañía de María, la Madre de Jesús (Hech 1,14); y por otra, muestra que toda la vida de la Iglesia continuaba girando en torno al Cristo resucitado y se expresaba en la celebración de la fe, como encuentro de los hermanos que necesitan alabar y agradecer los dones de Dios, y en la atención preferente a los más necesitados (Hech 2,42-47). 

Recibid el saludo de vuestro hermano obispo,

+ Joan Pirirs Frígola, Obispo de Lleida