Por Josep Maria Abella, misionero claretiano leridano y obispo de la diócesis de Fukuoka
Una vez más estoy en Hiroshima. Es el día 6 de agost. Hace 78 años que en la historia de la humanidad se escribió una página de muerte y destrucción que superó lo que qualquier persona habría podido imaginar. Recordarlo duele y entristece. Nos avergüenza. La antorcha que no ha cesado de iluminar ante el monumento a las víctimas de la bomba situado en el parque de la paz de la ciudad de Hiroshima, nos recuerda el dolor que supuso para miles de personas aquel momento.
Hoy nos los ha recordado también una abuela, la señora Megumi. El día 6 de agosto del 1945 ella tenía 13 años y fue testigo de aquel doloroso acontecimiento. Desde su casa, a unos 5 kilómetros del epicentro de la bomba, vivió con profunda angustia aquel momento. Sus hermanos mayores habían ido al frente y la preocupación por su suerte pesaba sobre toda la familia. De repente, BANG!! La senyora Megumi no hallaba la expresión exacta para transmitirnos el sonido horrible que quedó grabado para siempre en su memoria. Lo repitió en diversas ocasiones.
La ciudad de Hiroshima tenía, en aquel momento, una población de algo más de 300.000 habitantes. En tres días se calcula que 140.000 personas perdieron la vida. La bomba no va respetó nacionalidades, edades, posición social o credo religioso. Después, el gran silencio roto tan solo por los gritos de dolor de las víctimas y de los que se sentían impotentes ante tanta destrucción.
Terminó la charla la señora Megumi y también nosotros sentimos la necesidad de silencio para dejarnos interrogar por su testimonio. En este tiempo de silencio nos llegaba el eco de los que gritan de dolor en Ucrania y en otras partes del mundo martirizadas por guerrea y conflictos que tienen siempre su raíz más profunda en la codicia humana.
Seguidamente nos hablaron dos arzobispos de los Estados Unidos de America. El arzobispo de Santa Fe, en el estado de Nuevo México, y el de Seattle, en el estado de Washington. En el territorio asignado al obispado de Santa Fe se encuentra la ciudad de Los Álamos, donde se fabricaron las bombas que causaron destrucción y muerte en Hiroshima y Nagasaki. En Seattle está situado el tercer depósito de armamento nuclear más grande del mundo. En las palabras de estos dos obispos norteamericanos se percibía un dolor profundo. Estos dos obispos han propuesto crear una relación de hermandad entre sus diócesis y las de Hiroshima y Nagasaki para no olvidar el pasado, para curar heridas que permanecen profundas en el corazón de muchas personas y para iniciar un movimiento que recuerde a todos el peligro constante que supone el armamento atómico y promover su supresión total en nuestro mundo. Es una iniciativa que hemos acogido con gozo y que queremos promover con firmeza y esperanza.
Acabo de escribir esta nota hoy, día 9 de agosto. Habría querido estar en Nagasaki, diócesis que limita con esta de Fukuoka. El tifón que, ahora mismo está situado precisamente en aquella zona, me lo ha impedido. Solamente puedo unirme a la oración de las personas que se han reunido en la catedral de Nagasaki, la iglesia de URAKAMI. Sobre aquella zona, precisamente, cayó la bomba atómica el 9 de agosto del 1945. Se calcula murieron unos 7.000 fieles de la parròquia de Urakami que tenía unos 10.000. Fueron el 10% de les 70.000 personas que fueron víctimas inmediatas de la bomba atómica de Nagasaki.
Visito con frecuencia la ciudad de Kitakyush, situada en la diócesis de Fukuoka. A Kitakyushu, ciudad industrial, se dirigía el avión cargado con la segunda bomba atómica. El mal tiempo impidió la visibilidad necesaria y Nagasaki se convirtió en la ciudad víctima. Me horroriza pensar en cómo se puede decidir la suerte de miles y miles de personas en función de unas condiciones meteorológicas pasageras. La lógica de la guerra es así. Cuando el otro se convierte en “enemigo”, no importa donde esté. El Papa Francisco está haciendo una llamada persistente a “la amistad social”, que es saber descubrir en cada persona el rostro del amigo. De aquí nace el deseo de construir un mundo donde sea posible vivir esta amistad que garantiza una vida digna para todo el mundo.
Este año conmemoramos el 75 aniversario de la declaración de los derecho humanos. La declaración surgió del deseo profundo de no repetir la historia de muerte que el mundo había experimentado. La memoria de las dos bombas atómicas nos impide quedarnos sin hacer nada para que este deseo se haga realidad en nuestro mundo.