Per Ester Díaz, carmelita missionera

 

El 7 de noviembre la Iglesia celebra la fiesta del beato Francesc Palau (Aitona, 29 de diciembre de 1811). En este contexto, quiero aportar un nuevo aspecto de su figura, enmarcado en las guerras carlistas, que fueron una serie de contiendas civiles en España a lo largo del siglo XIX, que causaron profundas y numerosas heridas, con un alto coste en vidas.

Al iniciarse la primera, el P. Palau vivía momentos de plenitud vocacional volcado en las misiones populares, con las que actualizaba la fe del pueblo sencillo. Por el horizonte amenazaban nubarrones oscuros, muy oscuros. Se acercaba, desafiante, la descomunal tormenta. Estallido de odio, de sin sentido: el de la guerra. Procuraba Palau que el pueblo asimilara el evangelio. Era un modo de ralentizar el avance de la contienda, también.

El entorno le valoraba como pacificador, por lo cual él percibía que el acoso de la clase política y de sus secuaces le estrechaban el cerco, llegando a impedirle vivir con dignidad. Testimoniar, también, su dimensión de fe. Sintió la mordedura de la persecución hasta en lo más sagrado de sí mismo, motivo por el cual se vio obligado a emprender la ruta del destierro. ¿Destino? Francia, sí. Contaba Palau 30 años.

Compartía en Perpignan, con numerosos españoles, la situación humillante de exiliado. Vivían hacinados en campos de concentración. Sin cubrir las necesidades más acuciantes.La lucha del alma con Dios, su primer libro, responde a las líneas de actuación indicadas por el Papa en sus encíclicas. Dirigidas al pueblo de Dios, condenaban la guerra. Lugar repleto de refugiados era Perpignan donde, con frecuencia, se urdían represalias contra el gobierno de España. Ante semejante trance Palau se trasladó al interior, a la diócesis de Montauban, nueva zona que favorecía su vida eremítica. Algunos desterrados le acompañaron. También un grupo de mujeres bebía de su espíritu, compartiendo, su tesoro vocacional. Allí, la vida se volvió más fraterna, serena y bella; lo opuesto a la guerra.Palau era el pacificador y sus compañeros de prueba se sabían hijos de Dios y hermanos entre sí, soporte imprescindible para ahuyentar el enfrentamiento.Las autoridades le crean enormes escollos y él acepta los nuevos retos que le proponen. Sin embargo, durante estos años, rumió soledad hasta cotas inimaginables.

Palau, no estuvo en la vanguardia con las tropas en lucha. Cierto! Pero sufrió las consecuencias de la guerra fratricida. Plantó cara a toda forma de contienda, de combate. Procuró disminuir su ofensiva. Padeció -sin perder lo mejor de sí mismo- las dentelladas de la guerra. Luego, ellas fueron las que intensificaron su dimensión de conciliador,  de probado pacificador.