Queridos diocesanos:
Es el mismo título que ha dado el papa Francisco al Mensaje que ha dirigido a los católicos y a todas las personas de buena voluntad con motivo de la 109ª JORNADA MUNDIAL DEL MIGRANTE Y REFUGIADO que se celebra el próximo domingo, 24 de septiembre.
Me parece más conveniente adelantar una semana la información de la Jornada a celebrar a fin de que nos dispongamos interiormente para aceptar y comprometernos en aquello que centra el contenido de ese día. El grupo humano que se beneficia de nuestras oraciones y de nuestras preocupaciones son en este caso son los migrantes. Los que marchan y los que llegan y son, a fin de cuentas, las personas más vulnerables que deben ser tratadas como unos compañeros de viaje especiales que hemos de amar y cuidar como hermanos.
Nuestra diócesis ha tenido en un primer plano esta realidad humana. Desde hace años convivimos con personas de otros países y continentes que se han establecido aquí de forma temporal o permanente con el fin de buscar sustento para sus familias. Las campañas de la fruta, los servicios domésticos, la restauración… son ámbitos atractivos para afrontar una nueva vida y ya no extraña contemplar entre nosotros nuevos modos de vestir o de comer. También comprobar el esfuerzo que realizan muchos de ellos para integrarse en nuestra sociedad. De igual modo reconforta apreciar una sensibilidad especial hacia los migrantes de parte de personas e instituciones eclesiales; en muchas parroquias hay grupos de atención personal para analizar sus necesidades y sus carencias, lo cual es motivo de agradecimiento.
La migración es un fenómeno complejo que aquí no podemos estudiar. Siempre hay aspectos positivos y, por supuesto, inconvenientes que obligan a una serena y cristiana reflexión sobre la situación personal y familiar de muchos hermanos. Con este escrito pretendo que la Jornada ayude a todas las comunidades diocesanas a aumentar el servicio hacia ellos; también a invitar con las palabras de Jesús y el recorrido pastoral de la Iglesia a un trato universal y fraterno.
El Mensaje papal introduce este año un elemento característico al que todos aspiramos, la libertad. Habla de “libres de elegir” tanto para permanecer en su tierra viviendo con dignidad como para partir a otras regiones para subsistir y formar una familia. A nadie le gusta afrontar el riesgo y la incertidumbre pero, en ocasiones, los conflictos, los desastres naturales o la imposibilidad de un futuro digno obligan a millones de personas a salir de sus casas. Añade los consejos que el pueblo debía tener con los forasteros, el pasaje del patriarca Jacob con sus hijos refugiándose en Egipto o el mismo episodio de Jesús, José y María saliendo también hacia Egipto para huir de la amenaza de muerte por parte del rey Herodes. Acaba el Papa con una sencilla oración cuyo final dice así: “Sostennos con la fuerza de tu Espíritu,/ para que podamos manifestar tu ternura / a cada emigrante que pones en nuestro camino / y difundir en los corazones y en cada ambiente / la cultura del encuentro y de cuidado”.
Ante la complejidad del fenómeno nuestra diócesis con la Delegación de la Pastoral de Emigrantes desea colaborar con todos los demás organismos a favorecer la solución a toda esta problemática para que nadie se sienta solo y marginado. Además muchas parroquias con el apoyo de Cáritas Diocesana cubren la primera atención de comida, ropa o medicamentos. Otras instituciones como Arrels, Jericó, Vicencianas de S. Andreu… dan un paso más atendiendo al alojamiento, tramitación de documentos o repaso escolar.
Con mi bendición y afecto
+Salvador Giménez, obispo de Lleida
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