El Papa Francisco ha querido dedicar este año a un drama a menudo invisible, a aquellas personas que se ven obligada a dejar su barrio, si ciudad, su casa, aumentando un colectivo, ya grueso de la pobreza. Una pobreza acentuada por la crisis actual y por las mafias, muchas veces, que se aprovechan de la desgracia para aumentar sus ingresos. ¿Quién no conoce directamente a una persona en esta situación? Una persona que muchas veces, encima del desplazamiento forzoso,  tiene que hacer frente a una situación irregular administrativa, a falta de una autorización que le permita trabajar legal y dignamente.

 

La Jornada de este año quiere poner rostro a estas personas, sacarlas del anonimato de las cifras y sensibilizarnos a todos, también a nosotros, que hace tiempo dejamos nuestra tierra y nos arraigamos aquí, a reconocer en ellas a Jesús, obligado a huir.

 

Hablar de integrar, de integración, de integrarnos en tiempos de COVID, es todo un reto, o mejor dicho, una oportunidad para trazar caminos e intentar  hacerlo desde la propuesta de Jesús: "Que todos sean uno". Y este camino se traza conjugando los nuevos verbos propuestos por el Santo Padre: acercarnos como prójimos, quitando las distancias alimentadas por los prejuicios; escuchar - hay muchas informaciones, pero cada vez más perdemos la capacidad de escuchar los mensajes, sobre todo los de ayuda; compartir- más allá de proclamar las buenas intenciones, declaraciones o intenciones; solamente de esta manera podemos crecer juntos, todos estamos en el mismo barco, sobretodo en esta pandemia; involucrar - todos podemos hacer algo, muchas veces de maneras insospechadas; colaborar - estamos invitados todos a poner el hombro para ayudar al prójimo necesitado que tenemos al lado.

 

Jesús, que ha vivido en propia persona la huida, sabe fortalecer a todas las personas que se ven obligadas a huir para salvar sus vidas o para una vida mejor. Y en Él buscamos la fuerza para construir juntos el camino de la comunidad, en el respeto de las tradiciones y sensibilidades culturales, pero compartiendo juntos el camino y el horizonte.

 

Y esto es lo que hemos intentado hacer en Lleida, adaptándonos a la situación actual tan marcada por la crisis sanitaria.

 

El acto principal de nuestra celebración ha sido la misa celebrada en la iglesia de San Juan, con representantes de los países que desde hace años comparten la fe en las diferentes parroquias de la ciudad, sobretodo en la parroquia del Carmen y San Juan. Una misa sencilla, pero llena de emoción, en la que profundizamos el mensaje del Papa Francisco y encomendamos al Señor, por intercesión de San José y de nuestra Madre celestial a todas las personas que, como nosotros, abandonaron su tierra en búsqueda de una mejora de sus vidas o para ponerse a salvo.

 

Aunque este año no haya habido el festival de las culturas como en  años anteriores, algunos grupos de baile de los países presentes en Lleida tuvieron la oportunidad de mostrar sus tradiciones en la Plaza San Juan, en el marco de las Fiestas de San Miguel, como muestra de involucración y colaboración en la vida social y cultural de Lleida, nuestra ciudad de acogida.

 

Seguiremos conjugando los nuevos verbos propuestos por el Santo Padre, para hacer de este mundo el lugar que queremos para vivir, guiados en este camino por el Mn. Adrian, el responsable de la pastoral de las personas migradas.

 

Clementina Budau