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Ayudando a vivir (Obispo Joan)
Autoria
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Fecha publicación: 
Dom, 04/13/2014
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Este domingo de Ramos en la Pasión del Señor celebramos la entrada triunfal de Jesús "manso y humilde" en Jerusalén. Una entrada que podemos contemplar desde diferentes perspectivas: desde la perspectiva de los fariseos, para los que comienza la cuenta atrás y van a por él; desde la mirada preocupada de los más amigos de Jesús, admirados también de que haya cumplido su palabra y se haya arriesgado a volver; desde aquellos griegos que, según el Evangelio, "se interesan" por él; desde la gente que grita Hosanna, aunque después pedirán la libertad de Barrabás; o desde el mismo Jesús que toma la iniciativa, consciente de lo que significa su entrada en Jerusalén.

Los discípulos recubren con sus mantos las humildes monturas, la gente ("numerosa") ornamenta el camino también con mantos y ramos. Esta entrada triunfal es un eco de la entrada de Salomón en Jerusalén (cfr 1Re 1). Él es el Mesías y quiere darlo a entender de una manera clara y limpia, aunque sin triunfalismos. Jesús busca su reconocimiento pero no desde la prepotencia, ni con alianzas ambiguas. Su entrada en Jerusalén es el cumplimiento de la utopía profética: llega un rey humilde (siervo) que convoca a todos (cfr Is 62,11-12; Za 9,9-10). El signo es el Rey sobre un asno, la cabalgadura más humilde. Un Rey de paz que manifiesta una forma de señorío que no es dominación. Es el Cristo, lo ha hecho ver con sus obras y palabras, y ahora pide que se le reconozca en la ciudad del Mesías. Es como una ráfaga de luz en el camino de la Cruz, como lo será la Transfiguración en el monte Tabor.

Es preciso que contemplemos la Pasión desde la Resurrección (Pascua), sabiendo ya que la última palabra la tiene la VIDA. No se pueden separar: la muerte no se explica sin la resurrección y viceversa.

Como escribía un enfermo en su Diario: “Con tantas confluencias de trajes nuevos, niños que cantan y palmas, pienso en esta paradoja de unas fiestas de sangre preparadas por un día de gozo sin límites. En realidad no hay tal contraindicación, porque la Cruz lo que hace es salvar y es, por tanto, fundamentalmente alegre. Cuando Cristo aceptó aquella feria del Domingo de Ramos, supo lo que se hacía. Es como en esas funciones en que al principio y al final salen los artistas tal y como son, para decirnos que el dolor y la sangre que hay por medio pertenece a la representación, pero que todos siguen vivos y alegres, que es lo importante. En la Semana Santa hay que llorar, porque es una pena que Cristo haya tenido que pasar eso por nosotros; pero, sobre todo, hay que reír y cantar, porque, ¡menudo cielo nos abre el Calvario en apenas unas horas!” (Beato Manuel Lozano Garrido, el Lolo).

Recibid el saludo de vuestro hermano obispo,

+ Joan Pirirs Frígola, Obispo de Lleida