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Ayudando a vivir (Obispo Joan)
Autoria
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Fecha publicación: 
Dom, 09/02/2012
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Llamados y enviados

 Cuando Jesús dice "vosotros sois la sal de la tierra... la luz del mundo", está señalando una vocación: iluminar, dar gusto a las realidades de la vida. Es un mensaje muy consolador y al mismo tiempo un reto, sobre todo para aquellos que piensan o dicen que no sirven para mucho. Basta un granito de sal para cambiar el valor de un plato de comida. Basta un rayo de luz en medio de la penumbra y el sentido de nuestra marcha se ilumina.

 La sal está hecha para salar y ello conlleva necesariamente abandonar el salero y ser esparcida para dar gusto a todo lo que toca. Disolviéndose es como alcanza su objetivo. Si quiere preservar su sabor quedándose como sal en el salero, en realidad, lo perdería.

 De hecho, Jesús envió a los suyos a hacer este servicio: "Id a todos los pueblos y haced discípulos míos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo y enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado "(Mt. 28,19). La Iglesia universal, la diocesana, la parroquia, la familia cristiana deben cumplir este encargo de Jesús acercándose al hombre concreto con sus circunstancias y ofrecerle la buena noticia de Jesús invitándole a incorporarse y vivir en la comunidad de bautizados y seguidores de Jesús.

 El anuncio del evangelio y el camino de la iniciación cristiana alcanzará plenamente su finalidad si lleva a los fieles, con la aportación de la comunidad, no sólo a acoger la fe que les ha sido comunicada sino también a transmitirla, a saber dar razón de la esperanza que les mueve. Por eso, desde siempre, las comunidades cristianas han enviado a miembros de sus sedes a otros lugares para compartir la fe, la esperanza y el amor, para esparcir las semillas del Reino y construir un mundo más justo a través de la comunicación de bienes y el apoyo mutuo y solidario.

 En nuestro país, el próximo día 13 de septiembre los miembros de la Iglesia de Lleida celebraremos un acto significativo que llamamos "el envío". Pediremos al Señor que haga fructificar los talentos recibidos para dar testimonio de aquel amor de Dios que hemos experimentado en Jesús. Sintiéndonos colaboradores de la misión común de la Iglesia, pediremos la fuerza y ​​el coraje de creer lo que predicamos, de practicar lo que creemos, y de responder generosamente a la llamada recibida desde el momento de nuestro bautismo.

 Es una manera de expresar que no actuamos en nombre propio sino en nombre de la Iglesia de la que somos miembros, en nombre de la comunidad que nos envía a propagar el mensaje de Jesús. Y, por ello, para ser dóciles al Espíritu, es necesario que nosotros mismos escuchemos a fondo este mensaje. Y hacer también que nuestra vida sea testimonio de esta eclesialidad dentro de una comunidad concreta que pueda ser ofrecida como punto de referencia de lo que manifestamos y, al mismo tiempo, acompañe con la oración la labor de sus miembros, apoyando la palabra que anunciamos y colaborando a estimular el servicio de cada uno.

Confiando y agradeciendo vuestra participación, recibid el saludo de vuestro hermano obispo,

+ Joan Piris Frígola, Bisbe de Lleida