Tipus
Ayudando a vivir (Obispo Joan)
Autoria
Producció
Fecha publicación: 
Dom, 01/29/2012
Fitxer audio: 

La Misa de cada Domingo

A raíz de lo que vamos compartiendo en la Visita Pastoral encontraría necesaria una sincera reflexión sobre la celebración del Día del Señor y la participación en la Eucaristía dominical. Hace falta redescubrir y vivir plenamente el Domingo y la celebración en la cual los fieles nos reunimos como «comunidades-signo». Ha sido siempre un convencimiento en la Historia de la Iglesia que aquello que «celebramos» en la acción litúrgica hace posible que aquello que «vivimos» vaya conformándose en aquello que «creemos».

Al ver en los Evangelios que el encuentro con Jesús resultó bien impactante para muchos de sus contemporáneos que para nada quedan indiferentes después, ¿podemos nosotros tener ahora una experiencia parecida? Nuestra fe nos dice que Él continúa actuando en la Palabra y en los sacramentos de la Iglesia. Y el Domingo es el día por excelencia en el cual la comunidad eclesial escucha la Palabra y celebra los sacramentos. De hecho, la Eucaristía es la que trae la iniciación cristiana a su plenitud y es el centro y el fin de toda la vida sacramental. Ojalá que celebrar la Eucaristía influya cada vez más profundamente en nuestra vida cotidiana, convirtiéndonos en testigos vivos en nuestros ambientes ordinarios y en toda la sociedad.

El Domingo es un día significativo para los cristianos y lo vivimos haciendo referencia directa al Dios que resucitó Jesús de entre los muertos, «el día después» de la fiesta judía del sábado. Y lo vivimos en comunidad como hicieron los primeros cristianos que sintieron enseguida la necesidad de reunirse «el día primero de la semana» (el domingo) para celebrar la «fracción del pan», la «cena del Señor». Desde entonces, a lo largo de todos los siglos y en todas partes, han sentido que «esta reunión los constituía y los identificaba como cristianos» hasta el punto que algunos mártires han muerto precisamente por celebrar la Eucaristía dominical.

La celebración de la Misa del Domingo, el Día del Señor, es, pues, irrenunciable. Ningún católico no debería prescindir sin un motivo grave (deberían reflexionar algunos bautizados) porque no tiene nada de convencional: más allá de la obligación es una manera de vivir la fe y la fidelidad al Señor y a la Iglesia. Cristo se hace presente en la «Plegaria Eucarística», larga oración de acción de gracias en la cual hacemos el memorial de su muerte y resurrección, que es el acontecimiento central de la historia de la humanidad. Y al «comulgar» aceptamos la entrega incondicional de Jesús, nos unimos y queremos reproducirla entregándonos a Dios y a cada uno de nuestros prójimos, haciéndonos «pan partido» como Él. Ojalá que lleguemos a ser ejemplo vivo del poder transformador de la Eucaristía.

El Domingo es también el día «de la fiesta», del descanso que nos ayuda a descubrir la belleza y todo aquello que hay de bueno en el mundo y en la vida. Un día especialmente apto para vivir en familia, el ámbito en el cual cada uno es más propiamente valorado como persona y dónde es apreciado y amado sin condiciones. Y es un día para vivir la caridad cuidando la relación amistosa con vecinos y parientes, con amigos más o menos distantes, con enfermos a los que no es fácil visitar otros días...

Recibid el saludo de vuestro hermano obispo,

+ Joan Piris Frígola, Obispo de Lleida