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Ayudando a vivir (Obispo Joan)
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Fecha publicación: 
Dom, 06/21/2015
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Ahora que ya han pasado las elecciones municipales y, a cierta distancia de las autonómicas y estatales, me parece oportuno recuperar algunas consideraciones hechas hace unos años sobre algunas cuestiones relativas al compromiso y la conducta de los católicos en la vida pública y política en las sociedades democráticas. En este punto la enseñanza de la Iglesia es bien precisa: «los fieles laicos de ningún modo pueden abdicar de la participación en la política; es decir, en la multiforme y variada acción económica, social, legislativa, administrativa y cultural, destinada a promover orgánica e institucionalmente el bien común» (Christifideles laici n. 42), que comprende la promoción y defensa de bienes tales como el orden público y la paz, la libertad y la igualdad, el respeto a la vida humana y el ambiente, la justicia, la solidaridad, etc.

La sociedad se encuentra hoy dentro de un complejo proceso cultural propio de un cambio de época con las lógicas incertidumbres. Pero esto no disminuye la legítima libertad de los ciudadanos católicos de elegir, entre las opiniones políticas compatibles con la fe y la ley moral natural, aquella que crean que se conforma mejor a las exigencias del bien común. No todas las concepciones sobre el bien del hombre son igualmente verdaderas ni tienen el mismo valor, y el cristiano, aun reconociendo la legítima pluralidad de opiniones, también está llamado a disentir de una concepción del pluralismo que relativice los aspectos morales. La vida democrática tiene necesidad de fundamentos verdaderos y sólidos, de principios éticos que, por su naturaleza y papel fundacional de la vida social, no son negociables como ahora, la centralidad de la persona. El referente de donde proviene el compromiso de los católicos en la política debe ser la doctrina moral y social cristiana, con la que los laicos católicos deben confrontar siempre. Una conciencia cristiana bien formada no permite favorecer con el voto un programa político que contenga propuestas alternativas o contrarias a los contenidos fundamentales de la fe y la moral.

Esto no elimina la libertad de opinión de los católicos sobre cuestiones contingentes, pero todos los cristianos, y sobre todo los que están comprometidos en la vida política, deben asumir en conciencia un deber moral de coherencia. No pueden vivir dos vidas paralelas: por una parte, la denominada vida espiritual, con sus valores y exigencias; y por otra, la denominada vida ordinaria de familia, de trabajo, de relaciones sociales, de compromiso político y de la cultura. Este es un aspecto importante de la unidad de vida que caracteriza al cristiano: la coherencia entre fe y vida, entre Evangelio y cultura. En la vida, cada actividad, situación, esfuerzo concreto, constituye una ocasión providencial para un continuo ejercicio de la fe, de la esperanza y de la caridad.

La fe en Jesucristo nos exige el esfuerzo de participar en la construcción de una cultura que, iluminada por el Evangelio, sea capaz de acoger, justificar y proyectar las instancias que derivan de la fe y la moral para que los cambios que se demuestren necesarios se apoyen siempre sobre fundamentos sólidos.

Recibid el saludo de vuestro hermano obispo,

+ Joan Piris Frígola, Obispo de Lleida