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Ayudando a vivir (Obispo Joan)
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Fecha publicación: 
Dom, 03/15/2015
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El próximo domingo, día 22, celebramos como cada año el llamado Día del Seminario, y quiero hacer una llamada especialmente a aquellos jóvenes y no tan jóvenes que han sentido de alguna manera la vocación al sacerdocio ministerial (alguno de ellos me ha dicho que no lo descarta, pero quiere pensarlo más). Les invito a detenerse un tiempo ya ponerse a la escucha del Dios que sigue llamándolos. Y a hacerlo fijándose en una experiencia vivida por el profeta Elías (cf. 1Re 19,3ss) que vivió una crisis de sentido, como la de muchos jóvenes de hoy.

Elías llega a la montaña de Horeb huyendo y cansado física y moralmente. A medida que va caminando va recorriendo también un camino en su interior. Había tenido mucho éxito en su misión y, sin embargo, ha entrado en una profunda crisis. Antes tenía mucha seguridad y ahora se siente desorientado e inseguro ante su futuro, se lamenta de sus debilidades y decide poner fin a su carrera. Va huyendo, pero le ahoga la soledad personal, nadie lo comprende y quiere reorientar su vida. Vive un momento de luz y de gracia que le da fuerzas (19,8), pero sigue encerrado en sí mismo -de hecho se instala en una cueva-. Percibe que Dios sigue llamándole a la etapa decisiva de su vida y, de hecho, tendrá una profunda experiencia de Dios en aquella montaña, pero ha tenido que superar resistencias interiores y dar un paso adelante para ver la vida desde un nuevo ángulo.

El relato es especialmente sugerente: "Sal y quédate de pie ante Yahvé" (19,11). Por fin percibe que Dios se manifiesta en la noche oscura de su vida. Pero no es el Dios que esperaba: el Dios de la victoria, del poder, del triunfo sobre los adversarios. Es un Dios de silencio y de paz. Elías se imaginaba que el Señor estaba en el viento impetuoso, un huracán tan violento que astillaba las montañas y desmenuzaba las rocas. Pero el Señor no estaba en el huracán, y continúa el desconcierto.

Dios no se le manifiesta de manera sensible y quitándole las dudas. Dios se le revela de una forma inesperada: en un "murmullo de una brisa suave" (19,12), en el silencio, en el misterio, en la trascendencia. Le pide mirarlo con más profundidad y exigencia. Esto es importante: sólo desde esta perspectiva podremos entender también el silencio de Dios en la cruz de Jesús, un silencio elocuente que no es ausencia de comunicación sino entrega de la Palabra. Una paradoja que resumirá magistralmente San Juan de la Cruz en su Cántico Espiritual: "La música callada, la soledad sonora, la cena que recrea y que enamora".

Hay que ponerse así ante Dios para acoger su llamada, su Palabra, con atención continua y salida permanente de sí mismo, silencio, tiempo para escuchar, para "estar con Él". Con un diálogo que puede empezar con la pregunta: ¿qué buscas? y continuar con otra pregunta: ¿qué quieres que haga, Señor? abriéndose a la voz de Dios en actitud receptiva. Esto pide el esfuerzo de salir de nosotros mismos, de nuestros habituales soliloquios, y establecer un diálogo real con Aquel que sigue llamando y esperando respuestas generosas. El drama espiritual de Elías nos ayuda a releer nuestra propia experiencia de llamados para ser enviados a un mundo necesitado de transformación.

Recibid el saludo de vuestro hermano obispo,

+ Joan Piris Frígola, Obispo de Lleida