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Cerca de vosotros (Obispo Salvador)
Producció
Fecha publicación: 
Dom, 03/31/2019

Queridos diocesanos:

El papa Francisco pronunció hace unas semanas una frase que desconcertó a muchas personas. Afirmó con mucha contundencia que él era un pecador. Tal vez la sorpresa se produjo por la persona que lo reconocía y por su ministerio al frente de la Iglesia universal. Algunos lo han atribuido al reconocimiento de la propia humildad pero los cristianos sabemos que todos, mientras permanecemos en este mundo, estamos sujetos a la tentación y al pecado y necesitados de conversión. Sin exclusiones de ningún tipo. Ni siquiera el Papa se libra.

 

Por otra parte da la impresión de que últimamente se insiste en fomentar la actitud de la alegría en todos los cristianos por parte de muchos sacerdotes en sus predicaciones dominicales. Seguramente se produce también por la benéfica influencia de las palabras y gestos del papa Francisco y por la publicación de su Exhortación Apostólica Evangelii gaudium. Con gran constancia el Santo Padre nos recomienda que vivamos con mucha alegría la fe en Jesucristo; no puede un cristiano manifestar rostro triste y «avinagrado». El evangelio, tanto en su vivencia como en su predicación, se expresa con completa felicidad y con alegría profunda de quien se siente amado por Dios y al servicio de sus hermanos. Esta recomendación no es una novedad ni una moda pasajera. Reside en las palabras y gestos del mismo Jesús; también en la permanente actitud de la Virgen María que se hace más patente en el canto del Magnificat. Hay preciosos textos de san Pablo que lo atestiguan de igual modo. Podríamos recordar a muchos santos que hicieron de la alegría su seña de identidad.

 

¿Se pueden combinar ambos términos en una misma persona de modo simultáneo? Porque parece que la conversión implica penitencia, arrepentimiento y cara triste. O también que la alegría va asocia da a despreocupación y a poca seriedad en los planteamientos fundamentales de la vida y de la fe. Pero las apariencias no pueden constituir la norma de nuestro juicio. Tenemos que buscar en lo más profundo del corazón de cada uno. Además el mismo Jesús combina los dos términos cuando afirma «que habrá más alegría en el cielo por un pecador que se convierta…» (Lc 15,7-10) y nos sitúa en la línea de salida para disfrutar, como los ángeles, de la alegría de la conversión. En este tiempo de Cuaresma el Señor nos invita con más insistencia a la conversión. A una transformación de la vida según los criterios del Evangelio.

 

La conversión es volver a mirar a Jesucristo, aceptar el Reino de Dios que Él anuncia y renovar en profundidad nuestros modos mundanos de actuación para adaptarlos a sus exigencias. Y este planteamiento de conversión no puede quedar en el aire como algo difuso o indeterminado. Debe concretarse en una realidad que nos ayude a encontrarnos con la misericordia del Señor. Y esa concreción tiene un nombre: el sacramento de la penitencia.

 

Os invito a todos a confesar vuestros pecados. Necesitamos acercarnos al sacramento del perdón para experimentar la alegría del regalo que Dios nos hace. Nos lo recordamos unos a otros cada año en este tiempo. Se nos sugiere dedicar un día completo para facilitar en las parroquias la confesión. Cumplamos esta sugerencia sabiendo que nos hace falta a todos también a lo largo del proceso de la vida cristiana. Las rupturas con Dios y con los hermanos necesitan recomponerse previamente para participar de la Eucaristía. Es preceptiva la limpieza absoluta de nuestro corazón para recibir a Jesucristo y para llenarse de la alegría que Él nos concede. Con mi bendición y afecto.

 

† Salvador Giménez Valls. Obispo de Lleida.