Varios
Lloc de naixement: 
Oliete (Teruel)
Anys naixement-defunció: 
De 1903 hasta 1936
Martir / Beat / Sant

Su rostro miraba siempre al cielo

Se hacía querer. Era tan bueno, tan humilde, tan simple, tan dócil, tan piadoso, tan observante… ¿cómo no lo iban a querer todos?

Nació en Oliete, cerquita de El Olivar, de Antonio y Petra, el 28 de diciembre de 1903, siendo bautizado al día siguiente.

Tuvo la infancia dura, huérfano de madre desde los diez años y de padre desde los diecinueve. Con talante valeroso sufrió esas pérdidas y las afrontó. Desde niño se hizo cargo del rebaño, con tal dedicación y tanta alegría que nunca hizo fiesta, y nunca aceptó relevo en su trabajo. Se pasaba toda la semana en el campo, hasta la noche del sábado, viniendo entonces para estar el domingo al rosario de la aurora y a la misa; tornándose al ejido, su delicia. De no ser por las obligaciones religiosas -decía- no habría ido al pueblo tantas veces. Se confesaba y comulgaba frecuentemente.

Las fiestas del pueblo, por los mozos tan suspiradas, lo mismo. Las horas que estaba en casa –contará su hermana Josefina- se mostraba sobre todo obediente, humilde, sin molestarse jamás, y piadoso; las fiestas le servían de aburrimiento, pues, jamás tuvo interés por asistir a espectáculos, ni se miró a ninguna chica. Y un amigo de siempre asegura que en ningún momento se acercó a bares, ni menos a bailes y espectáculos, mostrándose en todo piadoso y ejemplar, su rostro sólo dirigido al cielo y a la tierra. Su primo Bartolomé aseverará: No le gustaba hacer daño a nadie ni meterse donde no le tocaba, no se le veía acción mala, de ningún género. Su tía testificó que era muy bueno, sólo se preocupaba de su trabajo, de cumplir sus deberes cristianos, distinguiéndose por su mansedumbre.

Al morir su progenitor, quedó cabeza de familia, asumiendo el cometido con responsabilidad, en organizar las labores del campo y las incumbencias del hogar, educando a sus hermanos con su ejemplo de cristiano cabal.

El pequeño de la familia, Pedro, dijo que le gustaría ser fraile de El Olivar, José quiso llevarlo personalmente y se quedaron los dos, porque José resultó prendado de aquella soledad y de sus moradores. El menor duró poco en el claustro, el mayor permaneció hasta la muerte. También vino al convento otro hermano, Antonio, pero de criado por un año; y afirmaría: en el convento mi José era muy exacto en el cumplimiento de sus obligaciones y muy respetuoso con los superiores; como pastor, jamás tuvo una denuncia; un día se le metió el rebaño en una viña, acudió el dueño furioso y vio con sorpresa que los animales no le habían hecho ningún daño, por milagro de san Antonio.

Lo hallamos postulante hermano el 26 de agosto de 1924. Vistió el hábito el 8 de septiembre de 1925, a las 20 horas, de manos del padre Francisco Gargallo, ante el padre Pablo Planes; fuera escrutado el 22 de agosto. Emitiría sus votos simples antes de la misa mayor el 24 de septiembre de 1926 (previa comprobación comunitaria el 25 y el 26 de agosto), en presencia de los padres Gargallo, Mariano Pina y Jaime Monzón, y los solemnes el 25 de septiembre de 1929 ante los padres Gargallo y Monzón; habiendo precedido la votación secreta del capítulo conventual los días 21 y el 22 de agosto. ¿Cómo no, si era modélico y había asimilado a la perfección aquella vida? Nunca le caía mal lo que se le ordenara, dócil como un niño bueno; era delicadísimo en cuanto a la castidad y exquisito en el trato con las mujeres; daba gozo verle rezar, embelesado ante el sagrario y en el recoleto camarín de la Virgen de El Olivar; apenas sonaba la campana del Ángelus, se arrodillaba donde estuviera, e invitaba a los circunstantes a rezar con él. El padre Jaime Monzón, formador entonces en El Olivar, lo define obediente, sacrificado y laborioso.

Casi toda su vida religiosa permaneció en Olivar; lo suyo eran las labores del agro, a las órdenes de fray Antonio Lahoz. Ambos tenían el huerto hecho un vergel. Si alguna vez venía a verle la familia, les enseñaba sus cultivos, pero bien se guardaban de tocar una fruta, que veían tentadora, pues les encarecía que era de la comunidad y él no podía disponer ni de un grano de uva; menudo disgusto le dieron una vez al decirle que habían comido nueces de las que estaban cosechando. Sin embargo una vez que fue al pueblo regaló su merienda. Aunque muy comedido en palabras, a los suyos manifestaba con ponderaciones su felicidad de vivir en el retirado Convento del Oli­var: Para mi herma­no el Olivar era la gloria, y viviendo en él se consideraba la perso­na más feliz del mundo». Entre la familia y entre sus paisanos, aunque no se prodigaba por Oliete, era tenido por santo. Su sobrina María afirmó que se pasaba de virtuoso. Otro sobrino, José, asevera que era muy delicado de conciencia, muy mortificado, grandemente humilde, en una palabra completamente santo.

Allí los días 7 y 13 de marzo de 1926 alegó defecto de audición para librarse del servicio militar. Solían ponerse esas excusas los mozos al ser llamados a filas, por si valían, y a él le valieron. Porque algo había; el 29 de septiembre de 1931 el padre Francisco Gargallo comunicaba al padre provincial que fray José Trallero tenía un tumor en la rodilla, le supuraba un oído y sufría de dolores de cabeza, debiendo ir a Barcelona para operarse tan pronto hubiera espacio en la casa, pues en Zaragoza sería más caro por no tener residencia propia.

El 6 de noviembre de 1932 el Provincial anunciaba al padre Gargallo que enviaba a fray Trallero temporalmente a Palma de Mallorca, pero compruebo que finalmente remitiría a fray Jaime Codina; no obstante debió salir fray Trallero por algún tiempo de El Olivar, porque el 26 de septiembre de 1933 decía el Provincial al Superior que no se lo podía enviar. Sí consta que el 9 de mayo de 1934 estaba en San Ramón, de cocinero. El 16 de octubre de 1935 se hallaba en Banicalap, de médicos en Valencia, el inmediato día 21 el padre Provincial comunicaba a El Olivar no iba peor, pero el 9 de noviembre de 1935 avisaba de que fray Trallero tendría que operarse.

En efecto, sufría de los oídos; causándole muy agudísimos do­lores en toda la cabeza. Pero también aquí demostró su temple, pues llevó los padecimientos con paciencia admirable y sublime espíritu de mortificación. Finalmente fue operado en el hospital Clínico de Barcelona, en abril de 1936, y por este mo­tivo antes y después de la operación tuvo que ir muchas veces a visi­tarse.

Y una vez más manifestó que era un ser especial. Por tener que estar en el hospital Clínico muy temprano y en ayunas, el hermano cocinero le ponía el desayuno en un paquetito para que se lo tomara después de la visita. Mas, a pesar de estar muy débil, casi nunca se lo comía, porque lo daba al primer pobre que veía. Si le reñían por quedarse sin des­ayuno, estando débil por la convalecencia, respondía: No saben el contento que siento al desprenderme del desayuno y de los céntimos del tranvía. Aquel desventurado quizá no pueda comer en todo el día y a mí, gracias a Dios, no me faltará nada a mediodía. Estando en Barcelona algunos familiares se empeñaron en llevarlo a un espectáculo teatral, pero, fiel a sus principios, se negó en redondo.

 Por el mes de mayo de 1936, restablecido, partía de Barcelona hacia su querido Olivar. Fue de por ahora la confidencia que relata su hermana Josefina: estuvo en casa y fue la última vez que lo vi, y diciéndole -adiós, hasta que nos veamos, y me respondió adiós, hasta la eternidad; le insistí que no fuera pesimista, y él me dijo que muy pronto estallaría una guerra o revolución y que serían matados muchos sacerdotes y religiosos, y yo seré uno de ellos; díjele que viniese a casa en Oliete, si pasaba algo, contestó que él no abandonaría el convento; diciendo textualmente: todo mi deseo sería morir mártir; ¡qué gloria! ¡Qué suerte!

Y su deseo se cumplió, no obstante que pudo salvar su vida, pues regresando de llevar algunos estudiantes a Muniesa, un campesino le advirtió del peligro de volver al convento y que se fuese con su hermano, pero le respondió que el deber, el deber, por encima de todo. 

Martirio de Fray José Trallero Lou y de Fray Jaime Codina Casellas

El 4 de agosto, hacia las cuatro de la tarde, por insinuación del padre Comendador, saliendo del corral donde estaban escondidos, como ya vimos, fueron los dos Hermanos a ojear si había paso para Oliete. Manuel Aced les advirtió que era muy peligroso, pero manifestaron que por obediencia cumplirían la disposición del superior. Anduvieron un par de horas, cuando fueron sorprendidos por un grupo de milicianos que, desde Olite, iban hacia El Olivar. Maniatados, los trajeron al Convento, llegando puesto el sol. Ya lo habían ocupado elementos del comité de Estercuel, que, luego de cerrar las puertas monacales, se disponían a regresar a su pueblo; mas a unos trescientos metros se toparon con los milicianos aprehensores que instaron a los estercuelinos a volverse. Llegados a la plaza comenzaron a torturar e injuriar soezmente a los Hermanos.

Juan Manuel Boltaña asevera cómo bajó con el comité de Estercuel a posesionarse del convento, y vio cómo algunos milicianos maltrataban a los Frailes y los amenazaban con la pistola en el pecho para que manifestasen dónde estaban los otros; dijeron que no lo sabían y callaban ante los insultos. En estas intimidaciones descubrieron a fray Trallero unas medallas al cuello, y le conminaron: Quítate eso, que ya ha pasado de moda. Pero él se negó resueltamente. Querían obligarles a gritar viva la revolución, viva el comunismo, viva Rusia, pero replicaban: ¡viva Cristo rey!, ¡viva la religión católica!

Fray José y fray Jaime fueron compelidos a presenciar la profanación del templo, la violación del cementerio monástico y del panteón, la quema de imágenes y ornamentos, las parodias más satánicas. Tomándose un respiro, quisieron los sicarios comer y beber cuanto los religiosos habían venido ahorrando, así que, siempre vigilados por dos milicianos, tuvieron que preparar la cena las dos víctimas; que, desconfiando los facinerosos, fueron obligados a probar los alimentos. Les infligieron muchos insultos en todo momento, como el de tenderlos en medio del refectorio, mientras banqueteaban, entre cuatro candeleros encendidos, simulando un velatorio. Hartos y bien bebidos, los sicarios encerraron a los Hermanos en una celda, y siguieron su orgía macabra.

Al amanecer el día 5 fueron sacados los Frailes del convento; unos tiraron para Estercuel, otros para Oliete, que al separarse dijeron: estos dos no tendrán que andar mucho. Un miliciano, mostrando un rosario, preguntó de quién era, manifestando fray Trallero que era suyo, el rufián le espetó: Toma, póntelo, pues con él morirás.

Los llevaron como dos kilómetros, según manifestaciones posteriores de los milicianos, pudieron de huir pues conocían bien el terreno, pero caminaron como mansos corderos. Al llegar a la bajada del barranco del Agua, se pararon, volvieron a preguntar a las víctimas por los otros frailes, a denostarles, a pretender arrancarles una blasfemia, vivas a Rusia y a la revolución; mas a todo contestaban: viva Cristo Rey

Uno de los asesinos comentó después: Los dos legos que hemos matado, los hemos matado porque eran estúpidos, porque no querían renegar de la fe y no querían blasfemar de Dios como nosotros les exigíamos y ellos respondieron con un ¡viva Cristo rey! y esto repetidas veces. No hay Dios, pero si hubiese estos son dos santos. Otro contaría: Acabo de matar a dos frailes. Les exigí que gritasen algún viva, y ellos respondieron inflexibles ¡viva Cristo rey!, me enfurecieron tanto que disparando con la pistola los maté. Otro comentaría: Yo los quería salvar, porque eran trabajadores, pero se han empeñado en morir por su religión y tanto oír viva Cristo rey. No he tenido más remedio que matarlos.

Eran las seis de la mañana cuando cayeron acribillados. Los sicarios aplicaron unos haces de mies, y les prendieron fuego, mas no ardieron sino las ropas y se chamuscaron los cadáveres.

Pablo Juan Sanz memorara cómo aquella mañana iba a acarrear con sus caballerías, vio fuego, se acercó y reconoció los cadáveres, no obstante estar chamuscados; luego supo cómo fray Trallero dijo al fray Codina: prontísimo iremos a la gloria. Aquella misma tarde los primos de fray Trallero, Agustín y José Lázaro, removieron las cenizas, constataron cómo las cabezas estaban abiertas por los disparos y una vaciada con los sesos esparcidos por el suelo; recogieron un crucifijo y dos medallas.