Es entrañable prestar atención a la cantidad de sueños e ilusiones que podemos llegar a tener a lo largo de la vida. A medida que pasan los años y vamos viviendo infinidad de experiencias resulta inevitable seguir pensando en ellos. Desde pequeña, mi curiosidad por un continente, que creía olvidado por muchos, aumentaba a la vez que yo crecía y maduraba. Era imaginativa, decidida y, aunque algunos me consideraban una consentida por ser la menor de cuatro hermanos, mi intrepidez y fortaleza han ido confirmando hasta hoy lo que verdaderamente soy.


Soñar con países africanos y desear poder visitarlos era una realidad que me perseguía desde muy joven. Sus colores, sus tradiciones, sus habitantes y su magia desconocida me mantenían la curiosidad despierta y la hacían cada día más inalcanzable. Siempre me he dado cuenta de que valió la pena apostar por todos aquellos cuando asentía sinceramente al personaje que me invitó a esta aventura: ¿qué sería ahora de mí si no hubiera aceptado...? «Caracol» era como me decía mi hermana Imma, el resto de hermanos y algunos de mis familiares y amigos. Imma es mucha Imma... y en original ¡no la gana nadie! Por la semejanza con mi nombre y, me imagino que porque casi siempre llegaba la última en nuestras carreras de bicicletas, así fui «bautizada» y sigo siéndolo ...

Sinceramente, el caracol era un animal que me resultaba bastante desagradable, no precisamente por su gusto, pero la apariencia, las babas, la cáscara y la lentitud no me ofrecían ninguna simpatía. En cambio, qué diferente es lo que pienso hoy: lo que detestaba se ha convertido en un nuevo «símbolo», lleno de significado en mi paseo por este mundo. Pasaron los años y pude interpretar ese deseo interior: aquel deseo que sólo con Él, con su presencia, en silencio y a través de la oración como hilo conductor, pude descifrar. Era evidente, y sentía con claridad, que era una llamada a la vida religiosa misionera: una vida puramente activa en África y con su gente. Entregarme a Él y ser una más en la familia de las Hermanas Blancas significaba haber cumplido totalmente aquel sueño que me perseguía…

Más tarde, una grave enfermedad lo alteraba infinitamente. Sin embargo, de una manera diferente a como me había imaginado, sigo viviendo mi sueño al mismo tiempo que lo dejo todo en sus manos. Es así como continúo con la misión que me ha confiado. Aquella afectación truncó mi trayectoria, forzó el regreso a España y me hizo replantear la manera de afrontar la vida. La misión soñada y tan activa en el «mundo negro» ya no era posible... Pero, ¿habéis visto ningún caracol en silla de ruedas o recuperándose en la cama de un hospital? Deseo seguir aprendiendo, con lentitud y discreción, a recorrer todo lo que me queda por delante: que sencillamente sepa dejar el rastro inconfundible del Evangelio; que mi caparazón pueda ser útil a todos aquellos que desean conocerlo y refugiarse en Él y, por último, que mis cuernecitos hagan de antenas y estén en continua sintonía con el Señor. Sólo así podré transmitir siempre su mensaje esperanzador. Es claro que sus caminos nos sorprenden, pero, sean los que sean, ¡su amor incondicional no nos dejará nunca!

Carol García i Murillo

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