[Is 61,1-3a .6 a.8b-9; Apoc 1,5-8; Lc 4,16-21]

Os agradezco mucho vuestra participación en esta celebración en la que, con la bendición de los óleos y la consagración del crisma, reconocemos el Don del Espíritu que nos ha otorgado Cristo glorificado.

Y disfrutamos de esa plenitud pascual de Jesucristo contemplando de modo particular en la Semana Santa a aquel que ha vivido su condición de hombre con una actitud interior de "Hijo" (de Dios): que necesita rezar, estar en diálogo con el Padre y considera indispensable obedecerle....

Todos nosotros estamos llamados a reproducir estas actitudes, cultivando mucho más nuestra condición bautismal, nuestra condición de "hijos" de Dios, nuestra interioridad, que es igualmente contemplación filial, diálogo de oración y opciones de vida según el Plan de Dios.

De hecho Jesús presenta públicamente su identidad al volver de unos días de soledad y de oración, y apropiándose palabras de Isaías (61,1-2): "llevar la buena nueva a los pobres, curar los corazones deshechos, anunciar a los cautivos la libertad y a los presos el retorno de la luz, proclamar el año de gracia del Señor". Y añade: "Hoy se cumple esta escritura que acabáis de oír" (Lc 4,21).

Más tarde, culminará su misión ofreciéndose por cada persona de todo tiempo (2 ª L): "Él nos ama y nos ha liberado de nuestros pecados con su sangre, y ha hecho de nosotros una casa real, unos sacerdotes dedicados a Dios, su Padre" (Ap 1,5-6). Y nos hará participar explícitamente a todos nosotros de este su ministerio liberador: "El Señor Jesús, a quien el Padre santificó y envió al mundo (Jn 10,36), ha hecho que todo su Cuerpo místico participe de la unción del Espíritu Santo con la que Él estaba ungido (PO 2). Debemos repetir muchas veces: en virtud del Bautismo y de la Confirmación, todos los cristianos estamos llamados, ungidos y enviados a ser testigos del Evangelio de Jesús.

Sin embargo, hoy me permitiréis compartir algunos pensamientos que nos afectan principalmente a nosotros Sacerdotes porque, en esta celebración, ellos y yo estamos llamados de manera particular a reafirmar nuestra identidad y a "reavivar el don de Dios" recibido por la imposición de las manos (1Tim 4,14; 2Tim 1, 6-7).

Sabemos que el Don imborrable recibido con el sacramento del Orden, determina y configura toda nuestra persona "con Jesucristo, Cabeza y Pastor, y nos pide vivir y actuar con la fuerza del Espíritu Santo al servicio de la Iglesia y para la salvación del mundo "(PDV 12). Es una consagración al servicio de una misión.

Precisamente, después de la homilía, ésta será una de las preguntas que haré a cada uno de los presbíteros y a mí mismo: "¿Queréis uniros más fuertemente a Cristo y configuraros con él, renunciando a vosotros mismos y reafirmando la promesa de cumplir los deberes sagrados que, por amor a Cristo, aceptasteis gozosos el día de vuestra ordenación para el servicio de la Iglesia?".

Al servicio de la Iglesia: El presbítero existe en la Iglesia (hermano entre hermanos y participando de la dignidad y destino común de todos los bautizados); ante la Iglesia (porque actúa haciendo visible la presencia y la Caridad pastoral de Jesús, construyendo la Comunidad por la Palabra y los Sacramentos, guiándola y manteniéndola en la unidad), y para la Iglesia, (porque vive totalmente a su servicio para la promoción del sacerdocio común de los fieles). (Cf. PO 7; PDV 12).

Y para la salvación del mundo: el destinatario de nuestra misión es toda la humanidad porque a ella va dirigido el Evangelio. Estamos llamados a anunciarlo en todas partes estableciendo con todos relaciones de fraternidad y servicio, - "siendo el hombre de comunión, el sacerdote debe ser con todos el hombre de la misión y del diálogo" (PDV 18).

Todo ello hace imprescindible volver continuamente a las raíces de nuestro ministerio: Jesucristo. Nuestra "identidad" se esfuma sin esta experiencia de intimidad con Él, perseverando en la vocación de amigos suyos y desarrollándola sobre todo en la oración (por nosotros mismos y por los demás). Cada uno de nosotros debemos estar convencidos de la necesidad vital de la oración dedicándole el tiempo suficiente y aprovechando también los medios comunes que tenemos para nuestra conversión (Ejercicios espirituales, retiros, cursillos...). Debemos ser hombres de oración, como lo fue Jesús. Es en esta intimidad, donde nos va comunicando sus propios sentimientos de Buen Pastor que después haremos presentes cuidando y alimentando, guiando, reuniendo y buscando.

* Buscar es la tarea misionera, hoy día especialmente necesaria: "Todavía tengo otras ovejas que no son de este rebaño..." (Yo 10,16).

* En la tarea de guiar sobresale el servicio de la Palabra: nos corresponde predicar el Evangelio con fidelidad y de modo que interpele y libere, y ayudar a interpretar de manera adecuada. No anunciando teorías y opiniones privadas sino la fe de la Iglesia. Hay que confrontar con la palabra de Jesús todo lo que predicamos: "Mi doctrina no es mía, sino del que me ha enviado" (Jn 7,16).

* En la tarea de alimentar, los presbíteros somos particularmente instrumentos de la acción salvadora de Cristo siendo ministros de los sacramentos. Es sobre todo en la celebración de la Eucaristía y en la Reconciliación, donde sobresale nuestra capacidad de actuar "in persona Christi".

* Y también es misión esencial del sacerdote "reunir", ser ministro de comunión. Por eso preside la comunidad, une los diferentes carismas para el bien de todos y es vínculo de unión con el obispo.

Una última observación: El Decreto Conciliar "Presbiterorum Ordinis" habla normalmente de los presbíteros en plural: como un "ordo" íntimamente unido al ministerio episcopal con lazos de cooperación y que también une a los presbíteros entre sí con una fraternidad sacramental causada por el mismo sacramento. La manifestación principal de esta fraternidad es el presbiterio diocesano (Cf. PO 7-8). ¿Cómo alimentarla y aumentarla en los equipos arciprestales?

Algunas espiritualidades sacerdotales lo centran todo en la relación personal con Cristo y el resto de relaciones con los fieles, con los hermanos sacerdotes y con el ministerio episcopal, da la impresión que son añadidas. Sin embargo, una buena espiritualidad y vivencia ministerial pide vivir integralmente las relaciones eclesiales: y eso incluye la comunión efectiva con el propio obispo y, naturalmente, con el que "preside la caridad" universal, el sucesor de Pedro.

Acabo renovándoos nuevamente mi aprecio y reconocimiento y agradeciendo vuestra dedicación y vuestra generosidad en gastar vuestra vida..., confiando en Jesucristo que, por su misericordia, nos ha llamado y constituido pastores de su pueblo en este tiempo y en esta nuestra concreta Iglesia de Lleida.