Desgranó casi toda su vida en Lleida, siempre servicial, humilde, dócil y obediente. Valía para todo, sacristán, cocinero, mandadero, hasta para impartir clases a los párvulos en nuestros colegios, entendiéndose maravillosamente con los pequeños. Con los padres Campo y Llagostera se escondieron en casa de un amigo, pero mal aconsejados se entregaron en la cárcel de Lleida, siendo fusilados con un grupo de setenta y cuatro sacerdotes y religiosos, en la noche del 19 al 20 de agosto de 1936.
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