Ya han pasado 20 días desde que volví de Polonia donde participé en las Jornadas Mundiales de la Juventud (JMJ) y al escribir estas líneas, todavía me emociono pensando en los momentos vividos.

Nuestra aventura comenzó el pasado 20 de julio, cuando mi amiga Àngels y yo cogimos aquel vuelo con destino Varsovia, junto un grupo de 24  jóvenes de la delegación de Solsona.  Nuestra primera parada fue Sandomierz, una pequeña ciudad en el sudeste de Polonia. Allí estuvimos 5 intensos días. Hubo momentos de oración, de visitar los lugares más emblemáticos de la zona, de juegos y bailes… Pero sobretodo para poder compartir nuestra fe con los voluntarios y las personas que nos acogieron. Allí nos alojamos en casas de familias que nos abrieron sus puertas y nos ofrecieron lo mejor que tenían. Los polacos son gente muy hospitalaria.

Nuestro próximo destino fue Częstochowa donde visitamos el Santuario de Jasna Góra y celebramos una misa con los otros españoles que habían acudido a la Jornada Mundial de la Juventud (JMJ). Al día siguiente fuimos a Auschwitz, el campo de concentración Nazi donde en los años 40 torturaron y mataron a tantas personas, fue un día duro. 

El miércoles, con la llegada del Papa Francisco, empezaron los actos oficiales de la JMJ. Todos los españoles estábamos en Bochnia y alrededores. Cada día teníamos que coger un tren para desplazarnos hasta Cracovia. La ciudad estaba abarrotada de peregrinos venidos de todos los rincones del mundo, que acudían a los diferentes actos que se celebraban en la localidad. Pese a la multitud de personas y las colas, el ambiente que se vivía era festivo y alegre.

El Papa Francisco estuvo brillante y cercano en todos sus discursos. En ellos nos animaba a no ser jóvenes de sofá, a ponernos los zapatos para caminar por caminos nunca soñados, a dejar nuestra huella en la vida que marque la historia. Nos decía que cada uno de nosotros era importante para Dios y que contaba con nosotros por lo que éramos, no por lo que teníamos.

La JMJ terminó con la vigilia de Oración en Campo de Misericordia y la misa de envío, dónde el Papa nos animó a llevarnos la experiencia vivida esos días y compartirla con nuestro entorno. Allí comprendí el duro trabajo que eso significaba: ¡Qué fácil había sido vivir la fe con jóvenes que te entendían y que difícil llevarla a tu día a día donde tú eres el raro!

El último día, compartimos con el grupo de Solsona, con qué nos quedábamos de la JMJ. Cada uno nos tocó de una manera diferente, pero todos tuvimos momentos muy especiales donde nos sentimos muy cerca de Dios. Lo que coincidimos todos es que había sido una inyección de moral. Nos dimos cuenta que aunque a veces nos lo parezca, no estamos solos, somos muchos los jóvenes Cristianos repartidos por el mundo, y Jesús siempre nos acompaña.

Una de las cosas que más me sorprendió de la JMJ es que jóvenes que venimos de todos los países, culturas y que hablamos diferentes lenguas, lleguemos a conectar tan pronto y a entendernos tan bien .Me recordaba a Pentecostés. Esto ocurría porque había una fuerza que nos unía más que nuestras diferencias, y esta era nuestra fe y el amor a Dios. Todos éramos hermanos.

Otro de los momentos más impresionantes que viví fue la Vigilia de Oración, donde millones de jóvenes permanecían en silencio rezado a un mismo Dios.

Muchas emociones, muchos sentimientos difíciles de plasmar en una hoja en blanco. ¡Y es que una JMJ no se puede explicar con palabras, se tiene que vivir!

Mercedes Sancho