La comisión diocesana de Vida Consagrada ha aprovechado la Semana Santa para realizar unos ejercicios espirituales en la Casa de la Iglesia-Academia Mariana, que a continuación nos explica en el siguiente artículo la hermana carmelita misionera Ester Díaz, que fue quien los dirigió.

Reavivad vuestro carisma

(2Tim. 1,6)

Es lo que han querido ser estas jornadas de ejercicios espirituales. Programados por la comisión de vida consagrada de la diócesis, los hemos disfrutado un pequeño grupo de religiosas y laicas. Como telón de fondo: la Semana Santa.

Hemos orado, celebrado, reflexionado y confrontado en torno a dimensiones fundamentales de la vida del Espíritu. Dios en su misterio. Padre entrañable. Jesús, el gran don de Dios. El Espíritu, actualización de la vida divina: lo mejor de Dios. Al asomarnos a nuestra interioridad nos hemos reconocido morada suya. Invitadas a vivir las menudencias diarias desde esta condición. Clima en el que se desenvuelve nuestra comunión con este Dios nuestro, en nuestra dimensión temporal, hemos descubierto la vida teologal. Fe, vía regia por la que el amor se abre camino y se despliega en esperanza. Clima que, poco a poco, con la abundancia de la gracia y la imprescindible colaboración nuestra, nos va asemejando a quien hemos consagrado nuestra existencia. Madre en nuestro peregrinar hemos reconocido a la Iglesia. Iglesia nacida al calor del hogar de Dios-amor y zarandeada por los vaivenes de la historia, nos ofrece hermanas/nos en el peregrinar común. En nuestro caso, se concreta en nuestras comunidades, pequeños grupos eclesiales, que anhelan ser profecía de fraternidad. Así, brindaremos al entorno, la alternativa, tanto al individualismo como al adocenamiento. En la Eucaristía encontramos el centro de nuestra llamada fraterna y desde ella nos percibimos enviadas a prolongarla a nuestro entorno. Aunque no todos van a misa, la misa ha de llegar a todos. Complementos inseparables de la fraternidad: la oración y la misión. Impronta de eternidad es la oración. Tiene su centro en Jesús, el Señor. Y orante es la persona seducida por Él. Misión, despliegue de la comunión con Dios: su dimensión comprometida.

Pauta para nuestro discernimiento han sido las reflexiones diarias. Hemos intentado valorar el último tramo de nuestro recorrido: acentuar las realizaciones y agradecerlas, tener en cuenta nuestras posibilidades, errores y limitaciones para proyectar el nuevo trecho: acentuando unas y relativizando otras/os. Desde el realismo y la esperanza, sí. Centrar nuestra atención, sólo, en el día que se nos regala. Mañana comenzaremos, de nuevo.

Al mismo tiempo hemos vivido una hermosa experiencia intercongregacional. Aunque el estilo y la interpretación de ciertos aspectos son propios de cada familia religiosa, lo fundamental nos es común. Lo cual nos ha estimulado a compartir, a escuchar y a proponer.

Mi agradecimiento se extiende a las participantes. Cada una, desde sus mejores connotaciones, ha contribuido a mantener el talante que requieren estas jornadas. Agradecimiento que se prolonga a los gestores y colaboradores de la casa de la iglesia, por el mimo con que nos han tratado.

A través de todo lo cual reconocemos que el Señor ha estado grande con nosotras y, por ello, estamos alegres (Salm 125).

Ester Díaz S. carmelita misionera