El éxito en la vida no tenía importancia para el H. Javier Benito, ni deseaba triunfar en el mundo; más bien aspiraba a entregarse por entero a la voluntad de Dios, lo que manifiesta la grandeza y la rectitud de su alma. Por ello, quizá mereció ser mártir de su fe. Por el sencillo hecho de ser religioso, fue asesinado en Toledo el 23 de agosto de 1936.

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