En Lleida fue formador, rector y comendador. Más padre que superior, sabía encauzar la vida comunitaria, comunicaba optimismo, imprimía a las celebraciones culturales esplendor y profundidad. Sus grandes amores fueron la Eucaristía y nuestra Madre. En la cárcel mostró una enorme entereza, empeñado en mantener el ánimo de los condenados con jovialidad y humor, hasta la despedida: Adiós, hermanos! Hasta la eternidad!. Cuando cayó en las tapias del cementerio, estaba gritando ¡Viva Cristo!

Podéis leer su biografía.

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