En Lleida tenemos un seminarista, Joshua Enrique Carrillo, un joven de 24 años, natural de México y licenciado en Derecho que desde pequeño se ha sentido llamado a seguir a Jesús.

¿Cuándo y cómo sentiste la llamada para hacerte sacerdote?

Responder con precisión a esta pregunta me resultaría imposible, pues ahora a la luz de Jesús puedo ver con claridad que el llamado a seguirle, siempre lo he sentido desde que tengo memoria. Cuando era niño en el catecismo y al acolitar, desde joven en los encuentros con los grupos de adoración e incluso en mi vida profesional, esa mirada atrayente del Señor me ha cautivado poco a poco y decir una fecha exacta sería imposible.

Sin embargo, decidir ponerme en marcha, armarme de valor y seguir los pasos de Jesús, ese momento si que lo recuerdo con mucha claridad. Si bien mi vida entera ha sido un llamado, no siempre me decidí por escucharlo, pero un día común, a principios de marzo de 2016 después de haber culminado mis estudios y de encontrar un trabajo como coordinador, me vi con una paz y tranquilidad que aproveché para reflexionar sobre mi vida. Fue ese día cálido y relajante estando en mi habitación caminando de una esquina a otra, que me puse a pensar en las cosas que yo había logrado, lo que a mí me gustaría hacer y llegar a ser, esas metas que me harían feliz. Pero pensando así sentía un profundo vacio, como si tuviera en mis manos una caja de regalo muy bonita pero que se sintiera hueca. Y mirando al crucifijo en mi cuarto vi a Jesús clavado en esa cruz y me di cuenta de mi vacio, del camino sin rumbo que estaba pensando seguir, mis anhelos sin sentido.

Entonces recordando esa entrega tan maravillosa de Jesús por amor a nosotros, por perdonar nuestras faltas y seguirnos amando, fue que me dije a mí mismo, que mi vida no tendría sentido si no la doy a Él, a quien la entregó por mí, dar mi vida por Él sería camino seguro a la felicidad y gozo verdadero. Fue así que di mis primeros pasos en esta decisión.

¿Qué formación estas llevando a cabo?

Actualmente me encuentro en Pamplona, en el Seminario Internacional de Bidasoa, viviendo mi primera experiencia como seminarista y tras haber sabido lo que es estudiar una carrera profesional puedo decir con seguridad la gran diferencia de este tipo de formación, pues no sólo se basa en las materias que estoy estudiando, sino también en la cercanía que tengo con los formadores en el seminario para poder guiarme con rectitud en mi vida como cristiano y seminarista para comprender cómo es la vida de ministro de Dios.

Antes yo estudiaba Derecho, es decir el conjunto de normativas y como aplicarlas para establecer un orden justo en la sociedad. Pero ahora, no sólo estoy conociendo la filosofía y teología, sino que me estoy conociendo a mí mismo, para poderme encontrar más cerca de Dios y de los demás. En el seminario somos 98 compañeros de diferentes etapas y de diferentes países, por eso la convivencia siempre es novedosa y compartir esta vocación con tantas personas que quieran seguir al Señor como yo, es una dicha difícil de expresar, verdaderamente una gran familia.

¿Qué balance haces después de estos primeros meses fuera de México?

Yo lo veo como la continuación de mi vida, en México viví mi infancia, aprendí a jugar, a estudiar y a relacionarme con las personas a mi alrededor. Ahora es el tiempo de llevar a cabo esas enseñanzas que Dios ha puesto en mi vida.

Yo me considero un chico hogareño, es decir apegado a la familia y amigos. En México, en Ixtlán del Río, mi pueblo, viví maravillosas experiencias y mi seguridad se basaba en tener a mi familia como refuerzo para mi caminar, pero al igual que los polluelos aprenden a aletear en el nido para poder volar, yo así poco a poco aprendí hasta que encontré la fuerza y el empuje en Jesús para seguir adelante en esta misión.

A Lleida es donde providencialmente el Señor me trajo, para encontrarme con esta familia cristiana que es la Iglesia, fue aquí donde me di cuenta que formaba parte de una familia aún más grande, e igualmente fraternal. Por eso, atendiendo a mi estilo hogareño, encontré el lugar para trabajar y ser feliz, el lugar de verdadera entrega y servicio, el lugar que a mi vida da sentido. Aquí en esta situación particular, en este lugar tan especial Dios quiso que sirviese, aquí entendí con fuerza la llamada de Jesús para ser Su ministro en esta parte de Su pueblo.

¿Por qué crees que hay pocas vocaciones?

Yo mismo me he negado a seguir al Señor, he sido terco a su llamado, por eso me imagino el por qué sean pocas las vocaciones, pues no es que el Señor no llame a la puerta, al contrario, Él nunca se cansa de invitarnos a encontrar la felicidad en Él. Yo creo que son dos cosas principales por las que no escuchamos a Dios: Primero el no conocernos a nosotros mismos, al dejarnos llevar por las modas que los medios de comunicación nos presentan y negarnos a ser nosotros mismos, eso nos aleja de la voluntad de Dios, y aunque nuestro corazón busque la verdad y la felicidad, terminamos siguiendo espejismos que nos alejan de nosotros mismos y de Dios. Conocernos realmente es saber que nuestra vida tiene un sentido, y llegar a encontrar ese sentido, ese “porqué” de nuestra vida es el primer paso para encontrarnos con Dios y con los demás. Eso es una labor intrínseca de cada persona, pero no por ser intrínseca debe de ser en solitario, es mejor favorecer las situaciones de encuentro personales que ayuden a ver el valor de cada quien ante Dios, pues alguien solo, es muy difícil que encuentre el buen camino.

Después pienso en los miedos que nos acosan y que nos impiden avanzar, pues conociéndonos a nosotros mismos nos daría valor para superar los obstáculos, pero el miedo al qué dirán, al fracaso, y a la soledad, consumen el espíritu y nos acaban lentamente, dejando un cuerpo encadenado a los prejuicios y dominado por los miedos. Ver el mundo material como lo mejor, dejarse cautivar por sus apariencias, son las cadenas que nos atan y las que fundamentan el miedo a perder, incluso aquello que ni siquiera tenemos.

Seguir al Señor es un gran reto, y cuesta un mogollón superar las cadenas que nos atan. Pero ¿cuándo se ha visto que lo bueno no cueste?, con mayor razón lo mejor! que es estar con el Señor, conlleva su esfuerzo, el valor de un guerrero al lanzarse a la victoria por la gloria, la gloria que se comparte con Dios, en el gozo y la verdadera felicidad.

¿Cómo se podría resolver esta falta de nuevos sacerdotes?

Orando y siendo buenos cristianos, pues no hay nada imposible para Dios. No hay fórmula secreta, no hay método infalible que supere éste. Dios escucha a los hombres y mujeres de buen corazón. Cuando vemos las iglesias cada día con menos fieles, cuando vemos más entusiasmo por fiestas paganas que por la alegría de vernos unidos como miembros de una Iglesia; vemos ahí una pobreza espiritual que entristece al Señor, y solamente con verdadera entrega y compromiso se puede decir que participamos como buenos cristianos. Yo daré mi vida para que todo aquel que me vea pueda ver también en mi la inmensa alegría y el gozo de seguir al Señor, quiero que sepan que no hay cosa más grande que abandonarse en las manos de nuestro Padre. Y no hay amor más grande que aquel que da la vida por sus amigos.

¿Podrías animar a otras personas que como tu tengan esta vocación?

Lo veo como una necesidad de mi corazón, pues yo he sentido la vanidad y el egoísmo de soñar con una vida profesional de grandes logros, he sentido la tristeza y la soledad de no encontrar sentido a mi vida y buscar falsas alegrías. Lo veo como una necesidad de mi corazón, compartir con todos esta gran alegría; pues quien no sueña con disfrutar de la vida sonriendo con la familia más grande y más unida, viviendo aventuras increíbles con los mejores amigos y encontrando el amor de su vida, esa entrega incondicional y verdadera, esa confianza de que nunca estarás solo.

Yo he decidido el camino de la verdad, y quien busca la verdad no se arrepiente, pues vive con la luz y la certeza de ser feliz. Ser Rey que sirve a su pueblo, ser pastor que guía su rebaño, ser maestro que muestra la verdad, ser puente que acerque las almas a Dios lleva consigo la dicha de saber que el don de Dios más grande es dejarse amar por Él.