La misa del miércoles de ceniza en la Basílica de San Pedro del pasado 10 de febrero fue especial ya que el Papa hizo el envío de los Misioneros de la Misericordia, con ocasión del Jubileo, entre ellos Mn. Daniel Turmo de la diócesis de Lleida.

Concelebraron también cardenales, obispos y más de 700 Misioneros que recibieron el “mandato” junto a la facultad de absolver también los pecados reservados a la Sede Apostólica. En total, serán más de mil los Misioneros de la Misericordia en todo el mundo, que serán “testigos privilegiados en sus Iglesias particulares de la extraordinariedad del evento jubilar”.

El Pontífice indicó durante la homilía que es responsabilidad nuestra reconocernos “necesitados de misericordia”. Este es el “primer paso del camino cristiano”, se trata “de entrar a través de la puerta abierta que es Cristo, donde nos espera Él mismo, el Salvador, y nos ofrece una vida nueva y gloriosa”.

A propósito, el Santo Padre advirtió que puede haber algunos obstáculos, que cierran las puertas del corazón y también recordó la presencia en la celebración de los Misioneros de la Misericordia.  A ellos les pidió que sus manos “bendigan y alivien  a los hermanos y hermanas con fraternidad” y que a través de ellos “la mirada y las manos del Padre se posen sobre los hijos y curen las heridas”.

El día anterior por la tarde, el Papa Francisco recibió a los Misioneros de la Misericordia en el Vaticano y les dijo que no es con el garrote del juicio con lo que conseguiremos traer de vuelta a la oveja perdida al redil, sino con la santidad de vida que es principio de renovación y de reforma en la Iglesia.

El Santo Padre también les ofreció algunas breves reflexiones, para que el mandato sea cumplido “de forma coherente y como una ayuda concreta” para las personas que se acercarán a ellos. De este modo destacó que “somos llamados a ser expresión viva de la Iglesia que como madre acoge a todo el que se acerca a ella, sabiendo que a través suyo entra en Cristo”. El Papa Francisco les dio un último consejo “Cuando sintáis el peso de los pecados confesados a vosotros y el límite de vuestra persona y de vuestras palabras, confiad en la fuerza de la misericordia que va al encuentro de todos como amor que no conoce límites”.