Mn. Gerard Soler, delegado diocesano de Liturgia y Espiritualidad, dedica su colaboración semanal a hablarnos del Adviento.

DOMINGO III DE ADVIENTO (C)

(Domingo del Espiritu Santo y el Fuego)

LAS FERIAS MAYORES DE ADVIENTO.

EL PRESENTIMIENTO DE LA PRESENCIA DEL SEÑOR

En estas Ferias se da como una especie de concentración del Adviento. Es una concentración de tipo cristológico. El Antiguo Testamento llega a su fin y todo debe ser entregado al Mesías. Es Dios que prepara la venida de su Hijo. Permanezcamos expectantes y alegres. Las grandes antífonas del Adviento, las llamadas antífonas de la O, crean como una especie de estupor espiritual en la oración de la tarde. Algo grandioso el Señor está preparando para los hombres, nada menos que el advenimiento de su Hijo Unigénito. Durante estas ferias, y feria es una palabra latina que significa fiesta, anticipamos la fiesta de la Navidad. Lo determinante es el evangelio de cada día. Lo que parecía lejano se aproxima y llega a ser inmanente. Las dos grandes anunciaciones, la de Juan el Bautista, con el consiguiente cántico, la del Señor a María, también con el consiguiente cántico, preparan la gran proclamación: «Verbum caro factum est» de la Navidad. El encuentro de las dos madres bendecidas por una maternidad, que viene de lo alto, y el pequeño Juan que, en el seno de Isabel, presiente la presencia del Señor y como si tuviese prisa para ser su precursor patalea en el vientre de su madre. También la Iglesia, como anticipándose, presiente gozosa estos días la Presencia del Emmanuel. Es ahora que el tiempo llega a su plenitud, el tiempo de Dios se adentra en el tiempo de los hombres. La Genealogía proclamada en la I Feria nos anuncia que el que va a nacer es hijo de esta humanidad  que viene a redimir esta humanidad, pero que al mismo tiempo es el hombre nuevo, el Nuevo Adán, una creación nueva, el Hijo de Dios. Por la fe y sólo por la fe, llenos de estupor, acogeremos al Señor que por nosotros y por nuestra salvación se hizo hombre (Feria II). Una fe que es ya la fe del Nuevo Testamento en el corazón de María. Ella es el pasaje (paso) de la antigua a la nueva alianza. Sin la fe de María no existiría la Iglesia. Ella inaugura el nuevo pueblo de la fe. Desde entonces María, con la Iglesia, lleva en sí la bienaventuranza de la fe «Dichosa tú que has creído» (Feria V). Por la fe, María acogió la palabra del Ángel y creyó en el anuncio de que sería la Madre de Dios en la obediencia de su entrega (Feria III). En la visita a Isabel, María entonó su canto de alabanza al Todopoderosos por las maravillas que el Señor al mirar la humildad (su ser no importante) de su sierva (Feria V). Dejemos, pues, que el «Magnificat» (Feria VI) resuene una y otra vez en nuestro corazón. Como una melodía incesante, melodía cantada al unísono entre María y la Iglesia. En la Feria VII el relato del nacimiento de Juan que hace soltar la lengua a su padre Zacarías para bendecir a Dios. La misa del día 24 (Feria VIII) es una paso casi imperceptible entre el Adviento y la Navidad y en el Evangelio se canta elBenedictus: «Por la entrañable misericordia de nuestro Dios nos visitará el sol que nace de lo alto, para iluminar a los que viven en tinieblas y en sombra de muerte, para guiar nuestros pasos en el camino de la paz». Será el sol de mañana cuando cantaremos: Hodie Christus natus est.  (Es en este día, según la tradición litúrgica que se proclama el magnífico Elogio del Martirologio para la Solemnidad del Nacimiento del Señor. Estos días debemos tener voluntad, que en medio de los ajetreos de la Navidad mundana, en las parroquias y comunidades se cree un clima de intensa oración.)