Mn. Gerard Soler, delegado diocesano de Liturgia y Espiritualidad, dedica su colaboración semanal a hablarnos de la Cuaresma, la Iglesia en éxodo

CUARESMA: LA IGLESIA EN ÉXODO

La Iglesia empieza la gran peregrinación de la fe, es un éxodo constante del pecado y de la muerte. Una Iglesia que camina y va acompañada de la presencia del Señor. La Iglesia en su conjunto, y en ella sus pastores, como Cristo han de ponerse en camino para rescatar a los hombres del desierto y conducirlos al lugar de la vida, hacia la amistad con el Hijo de Dios, hacia Aquel que nos da la vida, y la “vida en plenitud”. Su ruta pasa por el desierto donde experimenta la tentación de dejar a su Dios y fascinarse por los ídolos, pero ella sabe que su Señor ha vencido por ella la tentación y canta cada mañana al alborear el día: “Venid, adoremos a Cristo, el Señor, que por nosotros fue tentado y por nosotros murió”.

Desde el desierto debe subir al monte donde contempla quien es su Señor, el Hijo amado del Padre a quién debe escuchar y como Él se siente ya transfigurada en su cuerpo (Domingo II). Sabe que vivir en estado de conversión, es vivir en estado de oración y por encima de todo busca al Señor a quién tanto ama, a pesar de todas sus infidelidades. Finalmente en el IV y V Domingo se identifica con las figuras del Evangelio, ella se sabe la adúltera perdonada y despedida en la paz por su Señor y también el Hijo pródigo que regresa a la casa del Padre, cuya alegría consiste únicamente “porqué ha vuelto”.

Y de esta manera prepara el Sacramento de la Pascua. Desde el principio de la Cuaresma la Iglesia sabe lo que debe hacer: ayunar de todo aquello que en ella no pertenece al Señor. De hecho lo único que de nosotros hay de cristiano es lo que es de Cristo y de su gracia. Y también para experimentar el hambre de los pobres e identificarse con  Aquél que no tenía sitio donde reclinar la cabeza hasta que la reclinó en su santa cruz; y debe orar, orar con el corazón. Incesantemente, y hacer limosna, sabiendo que la limosna más grande es la del corazón, a la manera de la viuda pobre, que “ofrece no lo que le sobra, sino lo necesario para vivir”.

La Cuaresma es, entonces, un verdadero sacramental puesto a disposición de toda la comunidad cristiana para que reviva y renueve cada año el paso de la muerte a la vida, de la esclavitud del pecado a la libertad de los hijos de Dios (cf. Rm 8,21) que un día se realizó en el Bautismo de cada uno (cf. Rm 6,3ss; Col 2, l2). Es esta dimensión pascual y bautismal la que el Concilio Vaticano II quiso poner de relieve al hablar de la Cuaresma: “Puesto que el tiempo Cuaresmal prepara a los fieles, entregados más intensamente a escuchar la Palabra de Dios y a la oración, para que celebren el misterio pascual, sobre todo mediante el recuerdo o la preparación del Bautismo y mediante la penitencia, dese particular relieve en la Liturgia  y en la catequesis litúrgica al doble carácter de dicho tiempo”(SC l09). La Cuaresma es por tanto, un tiempo fuerte, espiritualmente denso. Una Iglesia que se convierte a su Señor y que descubre la distancia jamás equidistante entre el amor de Dios y el suyo. Una conversión que no es el resultado de nuestra voluntad únicamente, que sería demasiado pretensioso ante Dios; sino una docilidad más grande al Espíritu, un dejarse moldear por él. Es dejar que el Espíritu sugiera las buenas obras que Dios ha destinado para nosotros (Ef. 2,16) e inspire nuestra oración.

Sin duda la ascesis cristiana es algo distinto que un puro ejercicio de voluntad. Es un dejarse transformar por Cristo. Es creer realmente en la capacidad de la gracia para transformar nuestras vidas. Es una disponibilidad al Espíritu. Siempre desde el reconocimiento de la propia debilidad, que, por otra parte, nos hace humildes ante Dios y ante los demás.

La oración cristiana siempre participa de la oración del publicano: “Ten piedad de mí, Señor, que soy pecador”. Nadie puede decir que la Cuaresma no sea algo serio o diga que es algo caduco, que no pertenece al espíritu de la época. Nadie lo puede decir porque el mal, dentro y fuera de la Iglesia es real. Y las oraciones venerables que encontramos en el Misal Romano y las exhortaciones de las Escrituras y de los Padres nos dicen que el cristiano debe luchar contra el mal y realizar el combate de la fe. Lo mundano encuentra espacio en la vida de la Iglesia, lo ideológico que en el fondo son  sólo palabras puede estar presente. Y en el corazón de todos. Los cristianos no somos ni mucho menos mejores que los demás y podemos ser lujuriosos y ávidos del dinero, que es una idolatría, y podemos ser muy poco solidarios. Si la Ley del mal es “siempre más”, cada Cuaresma debería ser “un poco menos” de todo aquello que se opone a la voluntad de Dios en nuestras vidas.

Mn. Rafael Serra

(Calendario-Directorio del Año litúrgico 2016)