Mn. Gerard Soler, delegado diocesano de Liturgia y Espiritualidad, dedica su colaboración semanal a hablarnos del bautismo del Señor

EL BAUTISMO DEL SEÑOR

El Domingo del Bautismo del Señor forma parte del ciclo de la Epifanía. Todavía Isaías en la primera lectura del Libro de la Consolación proclama: “Consolad, consolad a mi pueblo, -dice vuestro Dios-... Se revelará la gloria del Señor” La gloria del Señor se manifiesta en Jesús de Nazaret que se acerca al Jordán y entre los pecadores recibe, él también, el Bautismo de Juan. Y vale la pena resaltar la indicación de Lucas “mientras oraba” la Trinidad de Dios se manifiesta. El Padre que proclama la condición del siervo de Dios como el Hijo de su predilección “Tú eres mi Hijo, el amado, el predilecto” Y la presencia del Espíritu Santo en la figura de la paloma que busca nido y lugar de reposo en la humanidad de Jesús para permanecer en él.

El Bautismo del Señor se convierte en el inicio del Misterio de la Pascua, él desciende en el Jordán, el río que vuelve siempre hacía el origen, (Salmo 113,3) como símbolo de la humanidad que se sumerge en la muerte para resucitar el hombre nuevo, cuya condición es ser Hijo amado de Dios y llenos del Espíritu Santo. Y su Bautismo prefiguraba el nuestro y por eso la oración colecta proclama: “Concede a tus hijos de adopción, renacidos del agua y del Espíritu Santo, perseverar siempre en tu benevolencia” El Mesías es presentado por el testimonio de Juan, pero también con el testimonio del Padre y del Espíritu Santo y, por tanto, el Bautismo del Señor se convierte en el primer Icono de la gloriosa y vivificante Trinidad de Dios.

Desde ahora sabemos la condición de Jesús, el profeta procedente del ignoto Nazaret, es el Hijo amado de Dios. El Bautismo del Señor es sólo el inicio del Misterio de la Pascua, desde entonces Él se pone a la cabeza de una humanidad pobre y pecadora para conducirla al Padre por el misterio de su Pascua. “Mas, cuando ha aparecido la bondad de Dios, nuestro Salvador, y su amor al hombre, no por las obras de justicia que hayamos hecho nosotros, sino que según su propia misericordia nos ha salvado, con el baño del segundo nacimiento y con la renovación por el Espíritu Santo; Dios lo derramó copiosamente sobre nosotros por medio de Jesucristo, nuestro Salvador. Así, justificados por su gracia, somos, en esperanza, herederos de la vida eterna” (segunda lectura)

Mn. Rafael Serra

(Calendario-Directorio del Año litúrgico 2016)