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Ayudando a vivir (Obispo Joan)
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Fecha publicación: 
Dom, 06/29/2014
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La Iglesia une en una sola fiesta a san Pedro, que ha acompañado a Jesús desde el comienzo, y a san Pablo que ha encontrado al Resucitado a las puertas de Damasco y ha quedado transformado. Uno y otro han tenido que hacer su camino de fe y de testimonio hasta el final y han sido fieles. Los dos se han convertido en pilares de la Iglesia. Siguieron las huellas de su Maestro y, como él, se tuvieron que enfrentar a las persecuciones y a la muerte violenta.

Hoy, os invito a mirar la manera cómo Jesús le ha conferido a Pedro una especial tarea mediante tres imágenes o metáforas: la de la roca que se convierte en piedra de fundamento (Pedro será la base rocosa sobre la que se asentará la Iglesia); la de las llaves para abrir o cerrar lo que le parecerá justo; y la de atar y desatar, en el sentido de que podrá establecer o no permitir lo que creerá necesario para la vida de la Iglesia.

Hay que tener presente que los relatos de la promesa hecha a Pedro presentan a  Jesús encaminándose hacia Jerusalén, hacia la Cruz de la que sabemos que ha salido victorioso. Esto nos debe hacer mirar a la Iglesia de hoy, que sigue sufriendo los vientos contrarios y sufrimientos en tantos lugares, sabiendo que Cristo sale victorioso en esta Iglesia que sufre y la fe recobra siempre nuevas fuerzas.

Si en el ministerio de Pedro se manifiesta la debilidad de la Iglesia y de todos sus miembros (propia de lo humano), también queda patente la fuerza de Dios. Todos conocemos las tres negaciones de Pedro y también cómo se levanta de sus caídas al renovar su vinculación amorosa a Jesús. Más aún, el mismo Jesús, a pesar de la falta de Pedro, le confía la tarea de presidir la comunión universal de la Iglesia y de mantenerla presente en el mundo como unidad también visible. No deja de ser algo sorprendente y admirable. Y lo mismo ocurre al contemplar la figura de Pablo y su encuentro decisivo y transformador con Jesucristo.

En la Solemnidad de estos dos grandes apóstoles, roguemos intensamente por el sucesor de Pedro, el Papa Francisco, para que pueda ejercer el ministerio que tiene encomendado en el sentido querido expresamente por el Señor Jesús. Nuestros tiempos son bastante complicados para la Iglesia, pero el desafío siempre es el mismo: evangelizar al mundo. La Iglesia no tiene razón de ser en sí misma, es para el mundo, como señaló el Concilio Vaticano II. Que el Señor asista al Obispo de Roma con su luz y su fuerza de forma que siga encontrando la manera adecuada de presentar la propuesta cristiana ("la alegría del Evangelio") acompañada de un testimonio coherente.

Recibid el saludo de vuestro hermano obispo,

+ Joan Pirirs Frígola, Obispo de Lleida