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Ayudando a vivir (Obispo Joan)
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Fecha publicación: 
Dom, 07/27/2014
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El tema de las relaciones Iglesia-Estado es recurrente en nuestro país. El Cardenal Tarancón hizo famoso aquello de "sana colaboración y mutua independencia". Una colaboración que no debe ser nunca supeditación de una a otra, o al revés, sino cooperación mirando de trabajar al servicio del bien común. La calidad de la vida humana exige también un componente de nivel espiritual, y la Iglesia se esfuerza constantemente actuando como levadura en su relación con la sociedad para que pueda ser «renovada en Cristo y transformada en familia de Dios" (Gaudium et Spes 40).

Periódicamente sale la cuestión del peso social del catolicismo en nuestro país o de la "laicidad" del Estado. Últimamente, aunque las circunstancias sociales y culturales han cambiado mucho, ha vuelto a ser objeto de muchos comentarios a propósito de la proclamación del nuevo Rey de España en la que se ha querido evitar vincular responsabilidad institucional y confesión religiosa. Ha sido una buena oportunidad para reflexionar y explicar que no es lo mismo Estado laico que aconfesional.

Nuestra realidad es bastante compleja y hay una visión amplia de lo religioso, teniendo presente su transversalidad en las múltiples facetas de la vida cotidiana. Sabemos que el hecho religioso forma parte del patrimonio cultural y espiritual de la sociedad. Las religiones profesadas libremente por los ciudadanos tampoco deberían ser un problema en la nueva sociedad democrática donde la diversidad religiosa es un hecho cada día más evidente.

El Estado puede ser aconfesional y lo es, y así queda fijado en el artículo 16.3 de la Constitución española: "ninguna confesión tendrá carácter estatal". Pero lo que decimos la sociedad, y en nuestro caso un gran porcentaje de los habitantes del país puede no serlo y, de hecho, no es aconfesional. Y quieren ejercer libremente sus derechos legítimos en muchos ámbitos y cuestiones que tienen que ver con la dimensión religiosa de la vida, porque consideran que forma parte del bien común.

Es por ello que el analfabetismo religioso que nos rodea empieza a preocupar. Somos muchos los que pensamos que debería favorecer el aprendizaje de aquellos lenguajes, símbolos y contenidos religiosos que impregnan totalmente la vida y la cultura de nuestro país en muchos niveles. Hay cosas que no se pueden entender bien sin tener en cuenta la aportación fundamental de la fe cristiana, incluido en el ámbito más profundo del sentido de la vida, de la concepción de la persona humana y de la sociedad, de los derechos humanos, de la idea de trabajo, de progreso, de libertad, de compromiso, de economía, de creación artística..., como ilustran historiadores y sociólogos.

Los cristianos estamos convencidos de que la religión, y en concreto la fe cristiana, refuerza los principios básicos de la vida democrática, como son, por ejemplo, el valor sagrado de las personas, la igualdad e inviolabilidad de sus derechos, las cualidades fundamentales del matrimonio y de la familia, la justificación de la autoridad como un servicio al bien general, el respeto a la conciencia moral de cada persona, o la existencia de un orden moral objetivo reconocido como vinculante para las actuaciones de todos, también en el ejercicio de la actividad política.

Recibid el saludo de vuestro hermano obispo.

+ Joan Pirirs Frígola, Obispo de Lleida