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Ayudando a vivir (Obispo Joan)
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Fecha publicación: 
Dom, 01/18/2015
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Cataluña sigue siendo zona de inmigración, a pesar de los cambios habidos, y la conciencia cristiana no solo no nos permite «mirar para otro lado» sino que reclama de nosotros ayudar a superar recelos y prejuicios que se oponen al mandamiento bíblico de acoger con respeto y solidaridad al extranjero necesitado (Dt 24, 14-22) y donde el inmigrante es asociado al huérfano y a la viuda, paradigma de la pobreza y de la falta de refugio. Yahvé urge a su pueblo incluso el amor al inmigrante (Lv 19, 33). Y en el Evangelio del juicio final (Mt 25, 31-46) el mismo Jesús glorioso se identifica, entre otros, con los forasteros (inmigrantes), y emite un juicio definitivo según la conducta que se haya tenido con estos grupos de personas.

Este año, el Mensaje papal para la Jornada Mundial del Emigrante y del Refugiado es perentorio: “La Iglesia sin fronteras, madre de todos, extiende por el mundo la cultura de la acogida y de la solidaridad, según la cual nadie puede ser considerado inútil, fuera de lugar o descartable. Si vive realmente su maternidad, la comunidad cristiana alimenta, orienta e indica el camino, acompaña con paciencia, se hace cercana con la oración y con las obras de misericordia.”

Gracias a Dios, la conciencia social ante los inmigrantes está viva y son muchas las personas y grupos que les brindan ayuda y un trato digno y humano, pero todavía encontramos demasiada gente que los mira como extraños y a quien sus problemas les afectan sólo periféricamente o les consideran peligrosos. También, en el aspecto legislativo, siendo una necesidad regular los flujos migratorios, habrá que hacerlo teniendo claros la dignidad y los derechos de las personas. Ya decía Benedicto XVI que las migraciones interpelan a todos «por los problemas sociales, económicos, políticos, culturales y religiosos que suscita, y por los dramáticos desafíos que plantea a las comunidades nacionales y a la comunidad internacional» (cf. Caritas in veritate 62).

Aquí se sitúa la vocación de la Iglesia, llamada a superar las fronteras y a favorecer la única cultura capaz de construir un mundo más justo y fraterno, la “cultura del encuentro”. El Papa Francisco nos pide intensificar los esfuerzos dirigidos a crear las condiciones adecuadas para garantizar una progresiva disminución de las razones que llevan a pueblos enteros a dejar su patria. Junto a la solidaridad con los emigrantes y los refugiados, también hay que añadir la voluntad y la creatividad necesarias para desarrollar mundialmente un orden económico-financiero más justo y equitativo, junto con un mayor compromiso por la paz, condición indispensable para un auténtico progreso.

Jesús resucitado confió a sus discípulos la misión de ser sus testigos y de proclamar el Evangelio de la alegría y de la misericordia. La misericordia consiste en dejarnos afectar por la miseria o la necesidad de los demás, identificarnos con sus problemas y con su sufrimiento. Y también pide movilizamos ante la indigencia de los excluidos, ayudándoles, reclamando sus derechos y dedicándoles nuestro tiempo.

Recibid el saludo de vuestro hermano obispo,

+ Joan Piris Frígola, Obispo de Lleida