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Ayudando a vivir (Obispo Joan)
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Fecha publicación: 
Dom, 03/29/2015
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Nos acercamos a la Pascua, un tiempo propicio para la reflexión y la meditación teniendo presente acontecimientos previos a la crucifixión y posterior resurrección de Jesús. El evangelio explica el contraste religioso creciente entre Jesús y un grupo influyente de judíos (fariseos, doctores de la ley, escribas) sobre la observancia del sábado, sobre la actitud hacia los pecadores y los publicanos, sobre lo puro y lo impuro. No podemos olvidar el papel que desempeñó esta confrontación en el último momento. Si las autoridades judías decidieron denunciar a Jesús ante Pilato no fue sólo por miedo a una intervención armada de los romanos.

Pero al fijarnos en cada gesto, cada movimiento, cada palabra de los últimos días y horas de la vida de Jesús, aparece algo que sorprende: su silencio. El evangelio de Mateo (27,12-14) dice: "Jesús no contestaba nada a las acusaciones que le hacían los sumos sacerdotes y los ancianos. Entonces Pilato le dice: ¿No oyes cuántos testifican contra ti? Pero Jesús no le respondió nada sobre ninguna acusación, y el gobernador estaba muy sorprendido". Es el silencio de alguien que elige callar teniendo toda la razón y toda la autoridad para juzgar a aquellos que lo acusan. No es el silencio de la pasividad y la impotencia del que no sabe qué decir, sino de alguien que conoce y confía en el Juez Supremo a quien encomienda su causa. Es el silencio del inocente.

Jesús da ejemplo de calma, dignidad y total libertad, en total coherencia con lo que había predicado, especialmente en las Bienaventuranzas. No asume la actitud del estoico que desprecia el dolor propio. Al contrario, su reacción ante el sufrimiento y la crueldad es muy humana: tiembla y suda sangre en Getsemaní, desearía que se alejara de él el cáliz, buscar apoyo en sus discípulos, grita su desolación en la cruz. Pero no lo hace con palabras de imprecación, sino con el Salmo 22 que es una sentida invocación al Padre: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?». Como dirá la primera Carta de Pedro (2,23): "Cuando lo insultaban, no devolvía el insulto; en su pasión no profería amenazas". Calla ante Caifás y ante Pilato, que se irrita por su silencio, calla ante Herodes que esperaba verle hacer un milagro (Cf. Lc 23, 8).

Hay que contemplar a fondo este rasgo de grandeza: el silencio de Jesús. No calla por prejuicios o por protesta. Cuando la verdad está en juego no deja sin respuesta ninguna de las preguntas que le hacen, pero también en este caso lo hace con palabras breves y sin ira. El silencio de Jesús en la Pasión es la clave para comprender el silencio de Dios. Cuando el ruido de las palabras se hace demasiado estridente, la única manera de decir algo es callando. El silencio de Jesús de hecho inquieta, irrita, saca a la luz la falta de verdad de las propias palabras, como cuando callaba ante los acusadores de la adultera.

El silencio de Jesús, una actitud que nos puede motivar a vivir la Semana Santa, reflexionando sobre este aspecto de Jesús en su Pasión y a abrirnos a la admiración y a la acción de gracias conmovidos ante la grandeza de su amor.

Recibid el saludo de vuestro hermano obispo,

+ Joan Piris Frígola, Obispo de Lleida