Queridos diocesanos,
Ya os anuncié el pasado mes de julio en mis palabras de agradecimiento, al finalizar la celebración de la ordenación episcopal, que la valentía debía conquistarnos de nuevo. Nuestro corazón tenía que ser poseído por esa realidad que es puro Amor: el Espíritu Santo. Me refiero a una conquista que va más allá de una simple expresión de fuerza. Ser valiente y ser fuerte no van necesariamente de la mano. Ser valiente es una invitación a vivir según el Espíritu.
Así pues, hoy me apoyo en esta expresión tan nuestra, «rayos y truenos». A veces se usa de forma exagerada para referirse a cosas grandes, impresionantes, desmesuradas. Es una expresión rápida, contundente. Admite muchos contextos de uso. En todo caso, en referencia a nuestro marco eclesial, no nos da miedo decir ni reconocer que la vida pastoral, de vez en cuando, necesita una buena sacudida, no para asustar a nada ni a nadie, sino para consolidar lo que es de Dios y deshacernos de las adherencias fútiles que nos perjudican, e impulsar un estilo espiritual que facilite vivir la fe desde una propuesta positiva y valiente.
El Espíritu Santo no defrauda, al contrario, invita a vivir la confianza a pesar de todo, y así, su presencia discreta, que puede caracterizarlo, a veces se convierte en una presencia resolutiva y fulgurante. Así podemos contextualizar algunas expresiones del evangelio que pueden sonar radicales. No son manifestaciones fuera de lugar, sino que quieren ser indicaciones para provocar un cambio. Solo desde esta propuesta impactante podemos emprender de nuevo nuestro camino de conversión. Seguir a Jesús no es fácil, y caemos a menudo en una especie de planteamientos acomodados a nuestros intereses personales. Reducimos la propuesta de Jesús. Una verdadera lástima.
Vivir según el Espíritu conllevará aceptar que a veces en nuestro camino aparecerán «rayos», es decir, invitaciones puntuales y claras. Hablo de elementos propios de Jesús que actuarán como impulsos intensos que no nos dejarán indiferentes. Y también encontraremos esa clase de «truenos» que nos recordarán el gozo de haber vivido el Amor de Dios, provocando un eco claro y contundente.
La valentía, precedida de «rayos y truenos», no tiene otra pretensión que seguir abriendo nuestro corazón. Hacernos disponibles en todo momento y para todos. Tal como rezaba nuestro documento sinodal: «abrir el oído y el corazón a todos».
No es más valiente quien tiene más fuerza o quien alza más la voz. Según los criterios que heredamos del evangelio, valiente es quien actúa sin herir ni querer herir a nadie. Quien actúa movido por el Amor. Vale la pena decir que nos conviene encontrar no solo palabras, sino testigos que sean «rayos y truenos». Me refiero a que sean referentes, en toda regla. Los necesitamos. La valentía tendrá cada vez más un contexto y un nombre: comunidad. Es en medio de los hermanos en la fe, y especialmente en la celebración eucarística, donde todo resuena de una manera nueva. En ella, lo que parece discreto y aparentemente insignificante se transforma en oportunidad y estallido de vida.
Las tormentas estivales son como aquello que interiormente se nos remueve cuando escuchamos el evangelio y nos atrevemos a vivirlo. Que nuestra fe vivida sea cercana a los «rayos y truenos», es decir, luminosa, sonora y, por tanto, referente para no acomodarnos al simple dejarse llevar.
+Daniel Palau Valero
Obispo de Lleida
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