Tipus
Caminos Abiertos (Obispo Daniel)
Producció
Fecha publicación: 
Dom, 10/05/2025

Queridos diocesanos:

El mes de octubre comienza con la fiesta de una gran joven, santa Teresa de Lisieux, doctora de la Iglesia y patrona de los misioneros. Es bien sabido que vivimos unos tiempos apasionantes para la misión. El papa Francisco deseaba que fuese un «estado permanente de misión». Se entiende. Está muy bien dicho. Hay una gran carga en esta petición.

Básicamente apelamos a la naturalidad de compartir lo que llena nuestro corazón. Sin imposiciones. Sin acciones extrañas. Con sencillez. Con alegría. La misión, sin embargo, es siempre desbordante, y caemos en la tentación de ir a por todo, de abarcarlo todo... de ahí la sabia expresión de hoy: «quien todo lo quiere, todo lo pierde». La cultura popular nos llama al sentido común, a la medida, a la buena prudencia.

Ese equilibrio que todos deseamos encontrar nos exige un punto de madurez real, si es que queremos llevar a buen puerto nuestra misión. La estabilidad de la que hablamos, personal y comunitaria, no es en absoluto una opción estática. Los cristianos no somos estatuas; al contrario, vivimos, a menudo, en medio de muchos escenarios llenos de movimientos y giros inesperados. Somos hombres y mujeres que queremos dirigir nuestras vidas hacia la construcción de una humanidad marcada por el Amor. El Espíritu Santo es quien nos guía a través de la historia, gracias al don de la fe que recibimos de parte de Él, y a través del diálogo y el discernimiento de los signos de los tiempos.

La nueva época de la historia que vivimos nos pide superar el divorcio entre el miedo a perder lo que hemos recibido y la alegría de compartir lo que somos. Tenemos que crecer.

La misión que hemos recibido no puede ser una propuesta que empequeñezca nuestra fe. Anhelamos un humanismo nuevo que no olvide a Dios y, al mismo tiempo, permita que el hombre se encuentre consigo mismo. De ahí la necesidad de no caer en la tentación de querer afrontar una misión a campo abierto, sino más bien entender que todo conlleva un proceso, unas dinámicas, también unas pausas y unos respiros. Solo paso a paso se pueden recorrer largos caminos. La misión hoy nos pide ser valientes, pero también reforzar nuestros criterios fundamentales, como, por ejemplo, el de vivir cada instante desde la fe y como un crecimiento en la fe. Sin el don de la fe no somos capaces de encontrar a Dios en nuestro entorno, ni seremos de los que avancemos nunca hacia el encuentro definitivo con Dios. A menudo la fe es descrita como un gran tesoro, y lo es, pero también como la gran respuesta que cada creyente ofrece a Dios, confiando en Él.

Santa Teresa de Lisieux vivió su trayectoria vital como un testimonio misionero de alto nivel, sin moverse de su convento, porque, sencillamente, reconoció que el Amor, situado en el centro de la vida, era el remedio, la fuerza y la luz para su vida y para la vida de quienes tenía a su lado.

Así es que cualquier misionero –y nosotros lo somos– ha de reconocer bien el lugar en el que se mueve, la prudencia y la habilidad pastoral con la que ha de actuar. Recemos por los misioneros de todo el mundo, pero también por todos nosotros que tenemos que afrontar tantos retos contemporáneos. Y no olvidemos nunca que lo que hace más decisivo un testimonio misionero es el coraje y la fuerza de centrarse no en el todo, sino en el «tú» que tiene delante, y ofrecerle tiempo gratuito para escuchar, acompañar y celebrar la vida. No lo dudo.

Con mi bendición y afecto,

 

+Daniel Palau Valero,

Obispo de Lleida

 

AdjuntoTamaño
Icono PDF Glossa 5 octubre.pdf94.08 KB