Queridos diocesanos:
Seguramente es la palabra más repetida en estos últimos días del tiempo de la Navidad. Decimos de los niños que su rostro refleja una gran ilusión cuando abren los paquetes la noche de Reyes. Los adultos manifestamos una gran ilusión en el encuentro familiar o en las comidas con los amigos. También parece que se cumplen ciertas ilusiones cuando se participa en un juego de azar o, mejor todavía, cuando se recibe la noticia de un premio en metálico.
Algunos apuntan más lejos y sitúan esa especie de sentimiento en la afirmación de que el ser humano necesita de la ilusión para poder vivir. O también lo dicen en plural, las ilusiones son un conjunto de pasos para hacer más agradable la vida personal. Son pequeñas parcelas las que componen la trama vital: la familia, la profesión, una afición deportiva, un interés cultural, la participación en una determinada sociedad… y todas ellas contienen dificultades en su desarrollo pero también comportan momentos que nos llenan de satisfacción y nos dan motivos para continuar caminando por haber encontrado una ilusión que nos empuja a mirar el futuro con cierto optimismo.
Se dice del término ilusión, en una de sus acepciones, que es la alegría, el entusiasmo que se experimenta con la esperanza o la realización de alguna cosa agradable. En negativo se habla también de un error de percepción sobre una cosa o sobre un acontecimiento llegando a confundir apariencia con realidad. Nosotros nos quedamos con la primera acepción porque responde mejor a la reflexión que intentamos transmitir.
La gama de las ilusiones es muy extensa. Se ha escuchado en campañas publicitarias la ilusión por la Navidad, por la fiesta de los Reyes, por el inicio del año… por el encuentro, por los regalos, por los viajes. Son mil pequeñas cosas que llenan el corazón humano y, a veces, no dejan lugar para otros asuntos de mayor trascendencia. Tenemos la ilusión de salir mejores de esta pandemia que nos azota o que seremos más fuertes al final de este proceso; nos predicamos la solidaridad, el aumento de la recogida y de la distribución de alimentos; hemos compartido los juguetes sobrantes en nuestras casas con otras familias necesitadas… Y todo ello nos ha hecho más felices porque hemos participado en una gran proporción en lo que anunciaba la venida de Jesucristo.
Doy un paso más en este caminar ilusionante y me pregunto como creyente si mi fe ha salido más fortalecida tras la vivencia de la Navidad. Si mi esperanza es más segura y si mi caridad es más constante para con todos los que me rodean. Si manifiesto alegría por haber vivido una profunda experiencia del nacimiento del Señor. ¿Estoy contento de este período navideño? ¿Ha mejorado mi relación con los demás hasta el punto de tratarlos como hermanos? ¿Muestro alegría por pertenecer a una Iglesia, a una comunidad, acogedora, fraterna, samaritana?
Son muchas preguntas las que podríamos formular con la sana intención de crecer y de hacer más robusta nuestra autenticidad cristiana. No es un examen de conciencia pero nos puede servir reflexionar y situar en un lugar adecuado nuestra ilusión fundamental que comporta coherencia, alegría en su realización y compromiso esperanzado en la mejora de nuestro mundo. Y todo ello teniendo como marco referencial las palabras y los hechos de Jesús que tantas veces hemos oído y leído en los evangelios.
En mi caso me gustaría no ser escéptico en salir mejor de la situación de pandemia y rogaría que todos los cristianos, yo el primero, pusieran su ilusión en cumplir las enseñanzas de Jesús.
Con mi bendición y afecto
+Salvador Giménez, obispo de Lleida.