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Cerca de vosotros (Obispo Salvador)
Autoria
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Fecha publicación: 
Vie, 01/10/2020

 Queridos diocesanos:

 

A los pocos días del final de las fiestas de Navidad celebramos en la calle un acto que para muchas personas resulta muy entrañable: la bendición de animales con motivo de la fiesta de san Antonio, abad. El día del santo, el 17 de enero, a las 11 se celebrará la Santa Misa en el oratorio de la calle de san Antonio; el sábado, 18, a la misma hora, la Santa Misa y, a continuación, en la calle a las puertas del oratorio, la bendición de animales.

 

Ante este acto religioso siempre hay alguien que pregunta qué sentido tiene una bendición de animales o de objetos en esta sociedad tan tecnificada. La respuesta puede ser muy larga con una explicación detallada del contenido, de la motivación o de la misma historia de las bendiciones. O puede ser muy corta afirmando que los seres humanos creyentes lo ponen todo en manos de Dios y continuamente le piden protección para sus actividades y necesidades. Explico esto con algún detalle.

 

La fuente y origen de toda bendición es Dios bendito, que está por encima de todo, el único bueno, que hizo bien todas las cosas para colmarlas de sus bendiciones como un signo de su misericordia. El Padre Dios envió a su Hijo y en Él, al asumir la condición humana, nos bendijo de nuevo con toda clase de bienes espirituales, como nos recuerda san Pablo en la carta a los Gálatas. En ese sentido afirmamos que Cristo es la máxima bendición del Padre y, de forma ordinaria, aparece en el Evangelio bendiciendo a los hermanos, principalmente a los más humildes.

 

Descendemos un poco. Las bendiciones, que habitualmente realizamos, miran primaria y principalmente a Dios, cuya grandeza y bondad ensalzan; pero miran también a los hombres a los que Dios rige y protege con su providencia; también se dirigen a las cosas creadas, con cuya abundancia y variedad Dios bendice al hombre. La Iglesia trata que la celebración de las bendiciones redunde verdaderamente en alabanza y glorificación de Dios y se ordene al provecho espiritual de su pueblo.

 

En el caso de los animales puesto que comparten en cierto modo la vida del hombre, por cuanto lo sirven de ayuda en su trabajo, o le proporcionan alimento y compañía, es bueno conservar la costumbre de invocar sobre ellos la bendición de Dios.

 

La gran preocupación de nuestra generación es legar un mundo más habitable a los que vendrán después de nosotros. Para ello necesitamos cuidar, proteger y estimar todas las cosas creadas por Dios y puestas al servicio del género humano. Hemos oído hablar mucho durante estas últimas semanas de la ecología integral, de la casa común, del riesgo de destrucción de espacios naturales, de la calidad del aire que respiramos, de la actuación humana que cifra su interés en los beneficios económicos, de los compromisos que todos los estados deben realizar en su lucha contra el cambio climático, etc. Recordáis todos las reflexiones de la cumbre mundial sobre el clima, celebrada en Madrid hace un mes escaso. Que no quede en meras palabras sino que colaboremos para beneficio de todos los pueblos de la tierra en la conservación de esta casa creada por Dios. Es digna toda ella de recibir su bendición. Es la misma línea de actuación que nos propone el papa Francisco en la encíclica Laudato Si’ (2015) y que concluye con una oración al Dios del amor que nos muestre nuestro lugar en el mundo… para proteger toda vida, para preparar un futuro mejor.

 

Con mi bendición y afecto

 

                                                                         +Salvador Giménez, obispo de Lleida.