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Dom, 04/26/2020

Os dejamos con el artículo que nuestro Obisbo Salvador ha hecho llegar a todos los sacerdotes de la diócesis y a los medios de comunicación en estos momentos de incertidumbre por la crisis del coronavirus.  

 

Escribo estas líneas en la tarde del dieciocho de marzo y, mirando pensativo, a través de la ventana las antes bulliciosas calles que ahora están vacías de gentes y sin apenas circulación rodada.

 

Seguramente ha sido un impulso natural el querer escribir algo sobre la terrible pandemia que estamos sufriendo todos. ¿Sería mejor estar callado? ¿Es menos comprometido el silencio? Acepto los riesgos que comporta el hablar o el escribir sobre un asunto tan complejo, tan tremendo y que causa un gran temor en todos nosotros.

 

El impulso tiene una motivación inicial, un desarrollo y un final con un enfoque exclusivamente cristiano. Es decir, con sentimientos que nacen del obispo de esta diócesis, de un pastor que cuida su rebaño, y que se dirigen al corazón de las personas creyentes que tiene encomendadas por el Buen Pastor que es Jesucristo. También, por supuesto, estos sentimientos se acercan a todas las personas que comparten con nosotros la vida ciudadana.

 

Sobre esta dura realidad se ha escrito mucho en estas últimas semanas desde todos los puntos de vista. Desde la ciencia, la sanidad, la psicosociología, la economía, la cultura o las relaciones internacionales. Se han valorado las causas, la implantación progresiva y las consecuencias. Ha habido múltiples recomendaciones, advertencias y sanciones. El resultado es una gran perplejidad que bascula entre el miedo exagerado o la indiferencia más absoluta. Es cierto que el centro de esa horquilla es muy amplio y abunda la comprensión, la responsabilidad y la solidaridad de una gran parte de la población. A esto se añade un inmenso agradecimiento a todos aquellos profesionales que se extreman al máximo su dedicación y arriesgan sus vidas en favor de los demás.

 

Los ojos cristianos, ante la adversidad, han de situarse siempre en el aumento de la confianza en Dios. Tenemos que intentar huir de la angustia, del desconcierto y la desesperación. Son síntomas que favorecen el egoísmo y la indiferencia. Jesucristo nos pide siempre mantener la confianza en el Padre y dedicar todos nuestros esfuerzos en servir a los hermanos; es tiempo de creer, de esperar y de manifestar una caridad sin límites. Es tiempo de compartir la oración en familia, nuestro tiempo con quienes viven solos, nuestros bienes con los más vulnerables y necesitados, nuestra esperanza con los que sufren el miedo a la enfermedad o la angustia de no ser bien atendidos. Es tiempo de Cuaresma que incide en rehacer la vida para los cristianos; es tiempo de cuarentena para todos que cambia horarios y disposiciones familiares recluidos en los domicilios.

 

Hay muchas plegarias y pasajes en la Biblia que nos dan luz en este difícil camino; recordamos en estas circunstancias la oración de Azarías, en el libro de Daniel: “En este momento no tenemos príncipes, ni profetas, ni jefes, ni sacrificios, ni ofrendas… porque los que en ti confían no quedan defraudados” (Dn 3, 38 y ss.). Ante el abatimiento de no tener nada y no saber qué hacer, volver nuestra mirada al Dios de la misericordia y Señor de todo consuelo.

 

Pido a todos intensificar la oración en vuestros domicilios. Utilizad vuestro tiempo para rezar con los hijos. Acompañad con vuestro cariño a los mayores, a los que viven solos cumpliendo siempre las recomendaciones o los mandatos de nuestras autoridades. Es una situación que nos obliga a ser escrupulosos en lo que nos ordenan para promover y cuidar el bien común.

 

He pedido a los sacerdotes, diáconos y consagrados que dediquen todo su esfuerzo para la oración y el servicio a los más necesitados. Que atiendan las indicaciones de los responsables públicos en las convocatorias de las celebraciones sacramentales. No es un capricho de nadie ni es una traición a nuestro ministerio. Es lo que el Señor nos pide en beneficio de todos.

 

Pido a los colaboradores y voluntarios de las iniciativas y servicios socio-caritativos de nuestra Iglesia que den ejemplo de generosidad pero también de estricto cumplimiento de las normas. El martirio es un acto heroico que tiene una recompensa divina pero la posibilidad de servir de contagio de la enfermedad a nuestros semejantes debe frenar nuestro afán servicial. No olvidemos nunca que la persona es el centro de nuestro interés y de nuestra actividad y no podemos arriesgar nada si puede perjudicarla o destruirla.

 

Pido a todas nuestras comunidades una atención exquisita para percibir y atender los grandes perjuicios que provocan esta situación: la soledad, la desesperación, la falta de alimentos o medicamentos, la impaciencia, los enojos o los desánimos por un futuro lleno de incertidumbre. Que la comunidad cristiana se reinvente en sus relaciones y sea creativa en su ayuda continua.

 

 Me parece que acierto si ofrezco, en nombre de todos los cristianos, la colaboración leal y comprometida a nuestras autoridades civiles, sanitarias y de seguridad. Y mucho más. Les agradezco vivamente su servicio y su preocupación por encontrar los medios adecuados en el combate contra esta cruel enfermedad.

 

Cercanía a Dios, atención a los afectados, gratitud hacia todos nos ayudará a mantener la responsabilidad personal ante este acontecimiento. Debemos poner todas nuestras facultades y nuestras disposiciones para defender el derecho de la salud, de la vida en definitiva, de todos. Con ello conseguiremos tener encendida la llama de la esperanza cristiana, regalo de Dios y tarea común del ser humano, para mejorar nuestra convivencia sin que nadie quede en la cuneta de la vida.

 

 + Salvador Giménez

 

  Obispo de Lleida

 

Lleida, 18 de marzo de 2020.