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Cerca de vosotros (Obispo Salvador)
Autoria
Producció
Fecha publicación: 
Vie, 10/25/2019

 Queridos diocesanos:

 

En estos primeros días de noviembre nos embargan dos sentimientos que permiten una ex periencia humana más plena y mucho tienen que ver con la dimensión religiosa vinculada al Señor Resucitado: la alegría y la esperanza. Lo decimos en estos momentos y en un determinado sentido, la alegría por celebrar y pedir la intercesión de tantas personas que están santificadas; y la esperanza en la oración por los difuntos. Es la Solemnidad de Todos los Santos, el día 1 de noviembre, es la memoria y oración por los difuntos, el día 2 del mismo mes. Una buena costumbre arraigada en el corazón de nuestra sociedad es la visita al cementerio en algún momento durante estos días para orar y para recordar a los seres queridos que allí están enterrados. Gran cantidad de gente acude allí, con colas en las entradas y estacionamiento de coches en los alrededores. Para muchas personas dicha visita no está asociada únicamente al Día de Difuntos y aprovechan la jornada festiva del día 1, o la víspera, para cumplir con esa costumbre.

 

 Por mi parte me resisto a pensar que mayoritariamente es un gesto rutinario y que se realiza «porque ahora toca esto». Estoy convencido de la profundidad de los sentimientos de nuestras gentes que quieren mostrar gratitud, recuerdo cariñoso y caridad eterna en la oración. Así, al menos, lo queremos hacer los creyentes. Y así lo queremos anunciar a quienes viven con nosotros. Pero vamos por partes. Reflexionemos en primer lugar sobre la alegría que nos proporciona la celebración y el recuerdo de todos los santos. Comprobar en la biografía de infinidad de cristianos que vivieron con coherencia su fe en Jesucristo y no lamentaron nunca su seguimiento es motivo de inmensa alegría para nosotros. Son claros ejemplos de generosidad, de perdón, de entrega a sus prójimos, de defensa de la dignidad de la persona, de proclamación y respeto de la vida, desde la concepción a la muerte natural, de solicitud y preocupación por el matrimonio, por la vida consagrada, la castidad, etc. Y todas las demás virtudes propuestas por el Señor en el evangelio. Nada hay imposible. Su cumplimiento nos llena de satisfacción y alegría. Pedimos la intercesión de todos los santos para que nuestra propia vida sea atractiva y manifieste felicidad. Nos lo recordaba el papa Francisco en la Exhortación Apostólica Alegraos y regocijaos.

 

«Lo dicho hasta ahora no implica un espíritu apocado, tristón, agriado, melancólico o un bajo perfil sin alegría. El santo es capaz de vivir con alegría y sentido del humor. Sin perder el realismo, ilumina a los demás con espíritu positivo y esperanzado» (n.o 122).

 

Enlazado con lo anterior está la segunda parte, la oración por los difuntos, que es una exigencia de nuestra vida cristiana. Siempre ha estado presente en las celebraciones y en las distintas devociones siguiendo las indicaciones de los primeros escritos apostólicos y la tradición de la misma Iglesia. Os aconsejo que no rompáis esta costumbre de acercaros al cementerio y orar por vuestros seres queridos. Que os acompañen vuestros hijos y nietos para que aprendan a unir la oración sincera con la esperanza en la vida eterna como nos reco- mienda Jesucristo. Termino con una cita del mismo documento del Papa que os proponía con anterioridad: «La súplica es expresión del corazón que confía en Dios, que sabe que solo no puede. En la vida del pueblo fiel de Dios encontramos mucha súplica llena de ternura y de profunda confianza. No quitemos valor a la oración de petición, que tantas veces nos serena el corazón y nos ayuda a seguir luchando con esperanza» (n.o 154).

 

Con mi bendición y afecto.

 

† Salvador Giménez Valls

 

Obispo de Lleida.