El papa Francisco destacó la «sabiduría, delicadeza y entrega» que Benedicto XVI «supo esparcir a lo largo de los años» en la homilía de la misa funeral por el pontífice emérito que celebró hoy ante decenas de miles de fieles en la plaza de San Pedro del Vaticano.
El pontífice argentino presidió en lo que es casi una circunstancia inédita en la historia de la Iglesia católica el funeral de su predecesor, fallecido el pasado 31 de diciembre a los 95 años tras casi 10 desde su renuncia al pontificado, y que celebró el decano del colegio cardenalicio, el italiano Giovani Battista Re.
La homilía de Francisco, que leyó sentado debido a sus problemas de rodilla, comenzó con las palabras «Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu», que son las últimas que el Señor pronunció en la cruz, según el Evangelio.
«También nosotros, aferrados a las últimas palabras del Señor y al testimonio que marcó su vida, queremos, como comunidad eclesial, seguir sus huellas y confiar a nuestro hermano en las manos del Padre: que estas manos de misericordia encuentren su lámpara encendida con el aceite del Evangelio, que él esparció y testimonió durante su vida», dijo Francisco.
Los restos mortales de Benedicto XVI fueron colocados en el centro del atrio de la plaza vaticana, tras una procesión desde el interior de la basílica y después de que este miércoles, al cierre de una capilla ardiente que han visitado casi 200.000 personas, fueran introducidos en un féretro de madera de ciprés, como manda la tradición.
En el interior del ataúd también se han introducido las monedas acuñadas durante su pontificado, el pergamino con una breve relación de los 8 ocho años de su pontificado y los palios que lució como arzobispo de Munich y Roma.
El papa recordó las palabras de san Gregorio Magno a un amigo: «En medio de las tempestades de mi vida, me alienta la confianza de que tú me mantendrás a flote en la tabla de tus oraciones, y que, si el peso de mis faltas me abaja y humilla, tú me prestarás el auxilio de tus méritos para levantarme».
«Es la conciencia del Pastor que no puede llevar solo lo que, en realidad, nunca podría soportar solo y, por eso, es capaz de abandonarse a la oración y al cuidado del pueblo que le fue confiado», añadió Francisco.
Y entonces hizo referencia a que «el Pueblo fiel de Dios que, reunido, acompaña y confía la vida de quien fuera su pastor».
«Como las mujeres del Evangelio en el sepulcro, estamos aquí con el perfume de la gratitud y el ungüento de la esperanza para demostrarle, una vez más, ese amor que no se pierde; queremos hacerlo con la misma unción, sabiduría, delicadeza y entrega que él supo esparcir a lo largo de los años», añadió el papa hablando de Joseph Ratzinger.
«Queremos decir juntos: ‘Padre, en tus manos encomendamos su espíritu'», añadió en esta misa que ha mantenido, excepto con pequeños cambios en las lecturas o las peticiones, la liturgia de los funerales papales.
Se han modificado, por ejemplo, las oraciones en las que se mencionaba la Sede Vacante o el fallecimiento de un pontífice reinante y eliminado la oración final del vicario de Roma.
Al no tratarse de un funeral de Estado, ya que Benedicto XVI dejó de ser el Jefe de Estado vaticano tras su renuncia en 2013, sólo se ha invitado a las delegaciones oficiales de Alemania e Italia, pero varias autoridades políticas han acudido a título personal, como la reina emérita de España, Doña Sofía, y el rey de Bélgica, Felipe, y su esposa Matilde.
También se encuentran presentes numerosos representantes ecuménicos, entre ellos el metropolita Emmanuel de Calcedonia y Policarpo de Italia, del Patriarcado Ecuménico de Constantinopla y Antonio de Volokolamsk, presidente del Departamento de Relaciones Eclesiásticas Exteriores del Patriarcado de Moscú, en representación del patriarca Cirilo.
Al final de la celebración, Francisco incensará el féretro con restos de Benedicto en un ritual llamado ‘Ultima commendatio et valedictio'( Última recomendación y despedida) y se procederá a dar sepultura en privado al papa, que será enterrado en las Criptas Vaticanas, en la tumba que perteneció a san Juan Pablo II y previamente a Juan XXIII, también proclamado santo.
La delegación de Gobierno de Roma ha efectuado un importante despliegue de seguridad, con más de 1.000 agentes y el cierre del espacio aéreo sobre la plaza, dada la presencia de decenas de miles de personas.