Queridos diocesanos:
Todos los cristianos somos llamados a celebrar y a vivir el tiempo de Cuaresma, período de preparación de la gran fiesta de la Pascua del Señor Jesús. También los enfermos que, dentro de su situación compleja, participan también del sentir de la Iglesia al ritmo de los tiempos litúrgicos. Nadie debe sentirse excluido de las fiestas ni buscar argumentos para desentenderse de las mismas. Ciertamente las circunstancias personales o familiares condicionan la percepción sobre los acontecimientos que toca vivir. No da lo mismo vivir una Navidad o la Semana Santa en un hospital o en la preparación de una boda de un familiar o de una conocida; estar en el paro o poseer un aceptable confort profesional o laboral. Condicionar no significa anular nuestra responsabilidad religiosa. Todos sabemos que la fe no es un añadido sino que invade hasta lo más profundo de nuestro ser y, es más, nos ayuda a buscar coherencia de vida y a evitar excesos en un sentido o en otro apelando a la llamada a la conversión.
Relaciono estas dos realidades porque coinciden en este domingo la fiesta de los enfermos con motivo de la celebración de la Virgen de Lourdes y el inicio de la Cuaresma el próximo día 14, el llamado Miércoles de Ceniza. Condición personal y situación temporal son los elementos que me permiten hacer una reflexión válida para mí y para quienes la leen o escuchan.
Hablemos en primer lugar del tiempo de Cuaresma. Prepara la fiesta central del año cristiano, la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesucristo, durante cuarenta días escuchando la Palabra de Dios, celebrando los sacramentos y participando de la actividad caritativa de la comunidad eclesial. Es una Cuaresma diferente a la de otros años porque algo ha cambiado en nuestra existencia. Huyamos de la rutina o la repetición inconsciente y tratemos dar a este tiempo la posibilidad de examinar la propia vida y, con la conversión, purificar lo negativo y caminar por la senda que marcan las palabras de Jesucristo. Tan importante es esto que ya las lecturas bíblicas del próximo miércoles nos animan a vivir con autenticidad la oración, el ayuno y la limosna; que las practiquemos de forma constante pero sin alardes publicitarios y aparentes ante los demás sino con la absoluta convicción de cumplir en nuestra vida los mandatos de Cristo. Es un camino que relaciona nuestro ser (ayuno), nuestra relación con los demás (limosna) y nuestra relación con Dios (oración). Todo ello de forma simultánea, entrelazando los tres ámbitos y profundizando cada día más y mejor en los aspectos que nos ayudan a crecer, a buscar a Dios y a servir a nuestros hermanos.
Hablemos también de los enfermos. La comunidad eclesial trabaja con intensidad por atender a los enfermos y a sus familias durante todo el año en su actividad ordinaria. Pero tiene dos fechas especialmente significativas: la fiesta de la Virgen de Lourdes y la Jornada del Enfermo en el domingo sexto de Pascua. Nos fijamos ahora en la primera por la gran devoción que manifiestan muchos enfermos y familiares cuando acuden en numerosas peregrinaciones a esa localidad del sur de Francia a pedir la intercesión de la Virgen. En nuestra diócesis contamos con la institución de la Hospitalidad de Lourdes, con una Junta Directiva y miembros voluntarios que con entusiasmo y generosidad mantienen la cercanía con los enfermos y la organización de las peregrinaciones, así como el recuerdo, los días 11 de cada mes, de una celebración en la Casa de la Iglesia. También contamos con la Delegación de la Pastoral de la Salud que coordina la atención a los enfermos en los centros hospitalarios y a los diversos grupos de este sector pastoral que abundan en muchas parroquias. No podemos olvidar nuestra gratitud a los sanitarios y profesionales que actúan en este mundo de la enfermedad con un desvelo admirable y gran dedicación. Tiempos de COVID, ahora preocupación por la salud mental y siempre cuidando a enfermos y familiares.
Con mi bendición y afecto,
+Salvador Giménez, obispo de Lleida.
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