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Ayudando a vivir (Obispo Joan)
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Fecha publicación: 
Dom, 02/23/2014
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Los 50 años de experiencia educativa del “Esplai Epis” me dan ocasión para reflexionar sobre algunos aspectos de la difícil tarea de educar, sin olvidar que los primeros agentes de la educación de un hijo son sus padres y haciendo una llamada a la necesaria articulación con todas las instancias educativas. La complementariedad entre los padres y los educadores de un movimiento, de una escuela o de una parroquia siempre es necesaria. La educación es multiforme y las tareas educativas son un ámbito donde la creatividad es incesante y hay muchos papeles a desarrollar.

Sin querer simplificar podríamos decir que toda acción educativa, por su naturaleza, tiene como primer objetivo hacer crecer en libertad y responsabilidad. Son indispensables para que las personas puedan asumir sus tareas en la sociedad.

Educar, además, supone también transmitir algunos valores fundamentales: una justa libertad ante las cosas, respeto por el otro, sentido de la justicia, capacidad de acogida, diálogo, disponibilidad desinteresada, servicio generoso, solidaridad... Por sí mismos, estos valores contribuyen a desarrollar personas verdaderas, justas, generosas, fuertes y buenas. Y más si tienen como fundamento el amor, valor generador del resto de valores (aunque con la palabra amor se designan realidades muy dispares y, a veces, más que discutibles). Iría bien reflexionar a fondo sobre 1Corintios 13, que define perfectamente las cualidades de un amor verdadero: "es paciente, es bondadoso; no tiene envidia, no es altivo ni orgulloso, no es grosero ni egoísta, no se irrita ni se venga; no se alegra de la injusticia, sino que goza con la verdad, todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta".

Pero hay un particular a tener en cuenta en la educación: en la etapa de infancia y adolescencia, todos necesitamos referentes fijos y estables que nos puedan orientar. Esto se traduce por parte del educador en el ejercicio respetuoso, firme y confiado, de la autoridad practicada como un servicio amoroso, siempre con el diálogo necesario y acompañado del testimonio del propio ejemplo, que es lo que lo hace creíble. Hoy se habla mucho de la educación en valores, pero ésta es totalmente inútil sin modelos a imitar. No podemos pretender inculcar en los demás una escala de valores que no esté presente en nuestra propia vida (algo especialmente importante para los padres y madres). Esto nos lleva directamente al problema de la coherencia y de la humildad: coherencia entre lo que decimos y lo que hacemos, y humildad para reconocer nuestros propios errores y volver a empezar.

Será preciso, pues, reflexionar primero sobre nuestras actitudes, antes de poner en solfa las de aquellos a los que acompañamos en nuestra acción educadora. Lo que sea realmente importante para nosotros lo será también para ellos, aunque momentáneamente no nos lo parezca.

Habrá que saber conjugar amor y libertad con responsabilidad, límites y no permisividad. Con razón se ha dicho siempre que educar es un arte.

Recibid el saludo de vuestro hermano obispo,

+ Joan Pirirs Frígola, Obispo de Lleida