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Ayudando a vivir (Obispo Joan)
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Fecha publicación: 
Dom, 10/12/2014
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Animar puede significar dar aliento, dar alma, movimiento, vitalidad. Pero, en nuestro caso, no hablamos de "dar" algo a una comunidad sino de hacer posible que se exprese efectivamente su vitalidad (tantas veces dormida), poniendo en valor las virtualidades y recursos que ya tiene. Esto es posible cuando algunos de sus miembros -los animadores- se dedican a ser sus servidores de manera adecuada.

Más allá de las palabras, el nombre que damos a los ministerios laicales en nuestra Iglesia Diocesana debemos considerarlo como una manera de responder a las necesidades de una nueva situación socio-cultural y eclesial. Es innegable que la época que nos ha tocado vivir es muy diferente a las anteriores. Tenemos delante nuevos desafíos y buscamos dar nuevo dinamismo a nuestras comunidades y a nuestras formas de presencia en el mundo. Siempre desde la esperanza que nos da sabernos enviados por Aquel que nos aseguró que estaría con nosotros hasta el fin de los tiempos.

Esta manera de trabajar implica una espiritualidad que no es nueva: a partir de la lectura creyente de las realidades y de los cambios que contienen, la Iglesia, en el Concilio Vaticano II, ha tomado conciencia de que no es fin en sí misma, sino que existe para anunciar e instaurar en el mundo el Reino de Dios del que es germen y principio (Lumen Gentium 5), entendiéndose a sí misma como: Misterio de Comunión, comunidad de fe, esperanza y caridad (LG Cap. I); Pueblo de Dios, en el que los bautizados participan en la función profética, sacerdotal y real y de servicio de Cristo (LG Cap. II); Sacramento, signo e instrumento de la unidad salvífica universal (LG 32) realizada por Cristo y cuya actualización está llamada a servir (LG 1.5 y 48); comunidad visible y orgánica, esencialmente misionera y peregrina, llamada a renovarse constantemente (LG 8, 9).

Y en esta espiritualidad de comunión, constitutiva del ser mismo de la Iglesia, todos sus miembros y grupos estamos llamados a crecer en el don de sí, sirviéndonos unos a otros. Para lo cual, el Espíritu concede los dones, carismas y ministerios necesarios y es aquí donde hay que situar lo que llamamos "animadores de comunidad".

Animar la comunidad será despertar la mente y el corazón de las personas y de los grupos, inquietando en sentido esperanzador e infundiendo anhelo de superación, incluso a los que se encuentran instalados en la pasividad o resignados a sus circunstancias. Esto pide al animador/a situarse en el interior de la comunidad, y mantener una relación lo más directa posible con sus miembros, creyendo en ellos y en sus posibilidades.

El objetivo final será siempre concienciar, organizar y movilizar a la comunidad haciendo que sus miembros sean protagonistas y agentes de transformación, y no sólo colaboradores dependientes. Su método es la creación, la cohesión y la acción en y de grupos primarios, donde las interrelaciones y las intercomunicaciones son personales y directas. Por ello, ya el curso pasado hemos insistido en un objetivo prioritario: fortalecer y consolidar ese núcleo de personas que es y debe ser el alma de cada Parroquia y/o comunidad, y que asegura su funcionamiento ordinario.

Recibid el saludo de vuestro hermano obispo, 

+ Joan Pirirs Frígola, Obispo de Lleida