Diversos
Lloc de naixement: 
Mahamud (Burgos)
Anys naixement-defunció: 
1879 a 1936
Martir / Beat / Sant

El hombre de vida limpia

Tal lo definió el padre Bienvenido Lahoz.

Llegó al mundo en Mahamud, Burgos, el 23 de enero de 1879, hijo de Julián y Genara, siendo bautizado de urgencia nada más nacido y, solemnemente, bajo condición, el 3 de febrero y confirmado el 24 de octubre de 1879. Ingresó en El Olivar el 3 de octubre de 1895, donde tomó el hábito el 24 de diciembre de 1895, de manos del padre Luís Prat, que recibiría sus votos el 25 de diciembre 1896, con los padres Mariano Flores y Mariano Elizondo. Por marzo de 1897 pasó a quintas. Emitió la profesión solemne en Poyo, Pontevedra, el 1 de enero de 1900. Se ordenó de Menores, en 1901, en Santiago de Compostela, de subdiaconado y diaconado, en Santiago de Compostela, en 1902 y de presbiterado en Lugo, el 1 de junio de 1902 por el obispo Benito Murúa; ahora era conventual de Sarria.

Nada más ordenado, fue constituido maestro de novicios en Sarria. Vuelto a la provincia de Aragón, pasó a Lérida para formador de los estudiantes profesos. En abril de 1905 fue a Lérida, sustituyendo al padre Ramón Martín que se fuera el 25, aquí en mayo aparece depositario. El 24 de marzo de 1906 fue de Lérida a El Olivar, se le constata en la visita canónica que realizó a este cenobio el padre Mariano Alcalá desde el 25 de julio de 1906, los días 27 y 28 de julio de este año estaba en la aceptación de tres novicios para profesar.

El 8 de septiembre de 1906 marchó desde El Olivar a Palma, aquí se le localiza el 14 de septiembre. Acababa de abrirse esta casa, después de la Desamortización, y las dificultades eran muchas; mas él, sin ser superior, se volcó con gran esfuerzo y mucho celo. Predicó la cuaresma de 1907 en Hostalets; seguirá predicando en muchas parroquias palmesanas; se hará presente en los Hermanos de las Escuelas cristianas; sobre todo cuidará el culto de la propia iglesia, dando un esplendor unisitado al mes de mayo y propiciando la erección de una escolanía. Actívísimo, tenaz y acertado, en todo ponía inventiva y esplendor; acertaba en sumar colaboradores con su optimismo y buen humor.

Fuma. A veces tenía achaques, va de médicos, y se le compra un cuarto de gallina o va de baños. Suele ausentarse un mes al año, quizá ha iniciado las giras vocacionales; esa será una de sus notabilidades, nutrir el seminario. Notamos una ausencia larga desde el 24 de noviembre de 1911 hasta el 3 de febrero de 1912. El definitorio poscapitular del 12 de agosto de 1916 lo designaba consejero doméstico de Palma. En 1918 la comunidad palmesana quiso solemnizar el VII Centenario de la fundación de la Merced, y el 17 de marzo la Cofradía de la Merced le puso al frente de la comisión preparatoria; al día siguiente ya se entrevistó con el obispo; elaboró un pregón glorioso y barroco; formó listas de comisiones; acompañó la travesía de seiscientos peregrinos a Barcelona que, saliendo el 7 de agosto, en el vapor Jaime I, regresaron el 11. El 8 de enero de 1920 se fue, como definidor, con el padre Comendador, al capítulo que trascurrió en Lérida entre el 12 y 21 de enero; el siguiente 10 de febrero fue delegado para ver la posibilidad de fundar un colegio en Graus; salió designado superior de Mallorca y secretario provincial, pero el general dijo ser incompatibles los cargos. No volvió a Palma hasta el 16 de febrero para tomar posesión de la encomienda desde ese momento.

Mas el 24 de octubre de 1920 dejaba Mallorca para venir a Barcelona, llegando el 8 de noviembre, de secretario provincial. El padre Jaime Monzón asegura que fue prior desde 1920 a l925, fungía pero no figuraba. Dirigía la Esclavitud ubicada en una capilla de la Basílica. Hay muy pocas noticias de esta casa, pero sabemos que el 30 de septiembre de 1921 llevó a Lérida dos postulantes burgaleses; el 18 de septiembre de 1922 ministraba en la misa de homenaje al padre general por sus bodas de plata sacerdotales. Definidor figura en el capítulo que principió en Barcelona el 13 de enero de 1923, mas informó como superior, dando razones de las funciones en el Buen Suceso y en la capilla de los Dolores. Venía siéndolo sin título, mas el 19 de enero de 1923 sí que recibió la titulación de prior. El 15 de marzo de 1923 creó los Jueves eucarísticos, que alcanzaron a ser diecinueve coros, constituyendo la gran notabilidad de los Mercedarios en Barcelona; con los Jueves participó en la peregrinación nacional a Zaragoza, entre el 18 y el 22 de mayo de 1925.

En el capítulo que comenzó el 24 de julio de 1926 en San Ramón no se le mentó, porque en 1925 había pasado a la viceprovincia de Valencia. Era comendador y párroco de El Puig, trabajaba en la parroquia como coadjutor, pero al morir el clérigo que hacía de párroco, en julio de 1929, el arzobispo puso al padre Campo en la cura de almas, primero interinamente, desde el 4 de marzo de 1930 ad nutum sanctae sedis.

Consolidada la parroquia de El Puig, el 28 de noviembre de 1930 pasó de comendador a Mallorca. Trajo un aire nuevo a la casa, que hizo limpiar y pintar, luego arregló la capilla de San Marcial, los tejados y la portería. Sobre todo impuso un nuevo orden, meticulosidad en las observancias constitucionales (retiros, capítulos); ahora aparecen los calendarios mercedarios, se dan limosnas, entra una máquina de escribir. La comunidad pasó una gran conmoción los días 12 y 13 de mayo de 1930, fechas de las quemas de conventos; no hubo más que muchos sobresaltos y amenazas; se vivieron dos meses angustiosos e incómodos, hasta se llevaron a un piso los mubles de algún valor, los religiosos estuvieron dos meses sin salir de casa ni recibir visitas. El 16 de marzo de 1931 asumió personalmente la cofradía de la Merced, pues languidecía.

En el capítulo que se iniciara el 30 de julio de 1932 en San Ramón era comendador de Palma y se le prorrogó, así que el 9 de agosto tomó nuevamente posesión de la encomienda. Representó a la Orden en el Sínodo diocesano que trascurrió del 19 al 22 de octubre de 1932. En 1933 se abre un catecismo en la Merced y se comienza a predicar en las misas de los domingos. Según el informe del provincial del 9 de mayo de 1934, la comunidad tenía cuatro cofradías: de La Merced (con 700 hermanos), Jueves eucarísticos (con 246 miembros), Esclavos de santísimo Sacramento y Pía unión de san Antonio, mas una catequesis con unos cien niños. Sigue viajando con frecuencia, a Valencia, a Barcelona, a Burgos, para verse con el provincial, para buscar vocaciones.

En el capítulo provincial comenzado en San Ramón el 3 de agosto de 1935 seguía comendador de Mallorca, sonó para consejero provincial. Se puso superior de Lérida al padre Francisco Reñé, pero no aceptó, entonces se encomendó la casa al padre Campo, que fue sólo vicario del 13 de agosto al 9 de noviembre, mas este día a las 8 horas, asumió la encomienda. Se nota inmediatamente organizador, pues activa el libro de crónica abandonado, abre libros de administración, se da a trabajar en cuanto se presenta, singularmente en la predicación y la catequesis. Sigue viajando a Barcelona, a San Ramón, a Valencia y Benicalap; así del 7 de diciembre de 1932 al siguiente 3 de enero anduvo por Valencia para hablar con el provincial, a Burgos para buscar vocaciones, a Sarria para traerse dos postulantes de la Provincia, a El Olivar para dejar ocho postulantes.

Fue magnífico fraile. Fue gran mercedario, cifrando sus amores en la Eucaristía y nuestra Madre, a cuyas celebraciones infundía esplendor y profundidad. Fue excelente superior, comportándose más como padre y amigo que como superior, sabiendo encauzar la vida comunitaria, sumamente fiel a la observancia religiosa, la transía de optimismo, alegría y bondad. Tenía fama de generoso y bueno, distinguiéndose en todas partes por su generosidad, su grandeza de corazón y don de gentes, no hubo nunca religioso y ni extraño que no estuviera contento a su lado. Es mucho decir, pero lo asevera el padre Jaime Monzón.

Indicio de esos valores era su entrega a la búsqueda de vocaciones, como los hemos significado, y como lo especifican las cartas del provincial padre Carbonell: El 19 de diciembre de 1932 que el padre Campo iba a traer tres postulantes y un hermano. El 30 de ese diciembre que había traído a diez muchachos. El 1 de enero de 1933 que llegó con dos postulantes que había en Sarria (el padre Ignacio Ibarlucea) y cinco nuevos. El 26 de septiembre de 1933 que iba a desplegar las redes por Castilla. El 12 de octubre de 1933 dice que no obtenía adeptos. El inmediato 17 de octubre que el padre Campo traería cinco postulantes de Lérida y su comarca. El 10 de octubre de 1934 el Provincial avisaba de tres postulantes logrados por el padre Campo. 

Martirio de P. Tomás Campo Marín, P. Francisco Llagostera Bonet y Fr. Serapio Sanz Iranzo

Entre los setenta y cuatro inmolados en Lérida la infausta noche del 19 al 20 de agosto de 1936 cayeron estos tres mercedarios.

Ya llevaban meses de tortura, insultados por la calle y la prensa. Varias noches de febrero durmieron fuera de casa, pues estaban amenazados de muerte y quema del convento. Al sentirse inseguros en el convento, los tres pasaron a la casa de un amigo, el señor Amorós, calle de San Antonio número 38, frente al convento, llevando también, con ayuda de vecinos, algunas maletas con ropa y objetos de culto, serían sobre las 10 u 11 de la mañana.

 El peligro era enorme, porque la chusma husmeaba tras las pistas de los religiosos; por lo que, mal aconsejados, al anochecer del 22 del mismo julio, se entregaron en la cárcel, creyendo estar allí más seguros que ante la convicción de ser linchados por las hordas. Se llegó, pues, la señora Amorós a la comisaría de policía y, encontrando a Juan Ribelles, le expuso cómo en su casa tenía tres frailes mercedarios escondidos que querían entregarse porque habían sabido cómo la Generalitat había ordenado llevar a la cárcel a sacerdotes y religiosos, y pensaban estar más seguros en la cárcel que en su casa, se ofreció el señor Ribelles a llevarlos personalmente, cogió un coche de la Generalitat y los llevó a la cárcel provincial entregándolos al oficial de servicio. Carmen Duch los vio ir conducidos por un pelotón de milicianos rojos, desde calle San Antonio enfilaron la calle del Correo viejo, andaban muy dóciles, como mansos corderos, por su aspecto muy resignados e ensimismados. Veintiocho días estuvieron en el departamento número 7.

Pronto se percataron de su error, pues eran continuas las sacas de los encarcelados, viendo cada noche cómo desaparecían sus compañeros de presidio. Mas no perdieron el aplomo en ningún momento, sino que se convirtieron en arrimo y amparo de los compañeros, sobre todo de los seminaristas jóvenes. Y, para no molestarles, el padre Campo se comprometió a no fumar delante de ellos, porque estos chicos se lo merecen todo. Francisco Grau, compañero de celda, afirma de los Mercedarios: Eran tenidos por santos religiosos, se empleaban en sus prácticas religiosas, en asistir y levantar a todos los compañeros de prisión. Constaté su elevado espíritu y su alegría en aquella hora de amenazas; encorajinando a todos, orando y dirigiendo la plegaria de los encerrados en la misma celda, animando a todos, serenando nuestros ánimos y ayudando a bien morir. No sólo asumieron su muerte, esperaron el martirio con gozo.

El padre Tomás no mustió en ningún momento su aplomo y su jovialidad habitual. José Berenguer, también consorte, dice de su empeño en comunicar alegría y hacer reír y expresa cómo sobresalía por su resignación, dulzura en el trato y celo, dispuesto siempre a confesar, dirigiendo el rosario y otras plegarias en voz alta, demostrando mucha serenidad y coraje, animando a los menos animosos. En una ocasión un preso exigió que no se rezara en voz alta en la celda, y padre Tomás replicó enérgicamente, que había que rezar sin miedo de nadie, porque era modo de demostrar la fe cristiana, pues sólo por eso estamos presos. Hablaba del martirio con frecuencia y exhortaba al martirio por Cristo. Era un verdadero padre, afirman los hermanos Puértolas.

El padre Francisco siguió tan próximo y servicial como fue siempre, aunque de carácter algo cerrado -dice Ramón Muntañola-, se esforzaba por ayudar a todos, siendo un gran consejero, muy afable, sobresaliendo por su gran humildad, tratando con mucho respeto al superior, sobe todo siempre dispuesto a confesar y muchos lo solicitaban

Fray Serapio no menguó su aplomo, serenidad, alegría, servicialidad con todos, su humildad, su piedad que edificaba a todos; estaba particularmente atento a mantener el ánimo de los deprimidos y a cumplir las insinuaciones de su superior. Llamados los dos padres, advirtiendo fray Serapio que se los llevaban, protestó que él también quería correr su suerte, pues era igualmente religioso. Un miliciano, allí presente, aseveró que así era, porque en el colegio de la Merced, siendo niño, le había dado un bofetón; bofetón que ahora el forajido le devolvió ostentosamente, sin que el Hermano se inmutase lo más mínimo. Y sin más los milicianos lo unieron al grupo.

Los tres se despidieron de los compañeros de calabozo, abrazándolos y musitándoles: adiós, hermanos, hasta la eternidad. Sacaron a setenta y cuatro religiosos y sacerdotes. No había habido cargos, ni juicio, ni sentencia. Los hacinaron en camiones, maltratados, vilipendiados, blasfemados.

El holocausto comenzara a las 11:30 de la noche, hasta ese momento la cárcel estaba a oscuras y en silencio. Ruido de cadenas y cerrojos; los milicianos entraban en las celdas, encañonaban a los presos, leían nombres, sacaban a los nominados al pasillo, los ataban de dos en dos por los sobacos, y sobre la l de la madrugada, los juntaban en grupos de cinco parejas, los hacían subir al camión. A las 1:15 los camiones, conducidos por guardias de asalto, habían rebasado el cementerio, llegando al cruce de las carreteras de Tarragona y Barcelona. Parece como si los conductores, horrorizados, hubieran querido seguir a Barcelona para evitar la masacre, pero en aquel momento les cayeron encima unos doscientos milicianos que estaba apostados, y obligaron a los camioneros a retroceder ante el cementerio.

Los setenta y cuatro mártires, todos muy serenos y conscientes, en los camiones al unísono cantaban el Ave maris stella, el Magníficat… vitoreaban a Cristo rey… invocaban a María. Los tiraron desde los camiones, a culatazos y empujones. Atados de dos en dos, en grupos de catorce, eran puestos ante el muro interior del cementerio, frente al pelotón de asesinos y villanamente asesinados, de noche, a la luz de los focos de un camión. Cuando se oía la orden apunten, los mártires gritaban, unánimes las gargantas y los corazones, ¡viva Cristo rey!¡Madre mía!. Se cuenta del padre Campo que entonó el Cantemos al amor de lo amores. El rugido de la chusma, doscientos rufianes, no lograban aminorar el grito de los mártires.

Pasó un miliciano dando el tiro de gracia, pero ni se molestaron en enterrarlos. A a los asesinos siempre les aterran los rostros serenos de sus víctimas. Fue al día siguiente cuando los empleados del cementerio los evacuaron en una fosa común.