Os dejamos con este texto de la hermana Ester Díaz, carmelita, que reflexiona sobre la Epifania. 

El misterio de Navidad llega a su cima con la solemnidad de la Epifanía. Espléndido broche de celebraciones. Destello fulgurante. Fiesta troquelada por la luz.

Como signo identitario de la celebración, el evangelio de hoy nos presenta la estrella. A la vista de todos se encontraba, al origen del relato. Pero pocos la vieron. Tal vez había interferencias o padecían miopía o…. ¿quién sabe?. Lo cierto es que sólo unos cuantos: los sabios, la contemplaron y se dejaron iluminar por ella. ¿Resultado?. Emprendieron un camino. Camino con muchas bifurcaciones. Con pocos indicadores, también. Por tanto, sin demasiadas seguridades. Así son y sobretodo así eran los caminos. El suyo fue largo. Muy largo. Procedían de Oriente.

Y ¿quiénes eran los sabios?. Representantes de la ciencia humana. Posiblemente, astrónomos. Una especie de físicos y filósofos. Investigadores de la naturaleza y buscadores de la verdad.

Llegan a Jerusalén, final de trayecto. Y en Jerusalén se dirigen al lugar más adecuado, según la información de que disponían: al palacio real. Los sabios preguntan. No se avergüenzan de preguntar. Por su condición de buscadores, la pregunta es uno de sus imprescindibles utensilios.

Necesitan información para actuar con acierto: ¿Dónde está el recién nacido, rey de los judíos?. No esconden su profundo deseo: adorarlo. La pregunta suscita sobresalto, desconcierto. Tanto en la población como en el mandatario. Pronto emite una orden. Reúne a la nata y flor del saber hebreo para averiguar dónde, cómo y cuándo ha ocurrido el inquietante acontecimiento. La respuesta es concreta. En Belén, lugar anunciado por el profeta: En ella nacerá el guía que presidirá  mi pueblo, Israel.

Herodes llama a los sabios, averigua, y les da órdenes. Ellos, a la luz de la estrella e invadidos por la alegría encuentran al Niño-Dios. Con su madre, ¡Claro!.

Lo adoran. Lo reconocen Dios: objetivo del viaje. Y le ofrecen regalos: una innegable profesión de fe. Luego de una atenta escucha, vuelven a su país por otro camino. Aparcan, con ello, las consignas del reyezuelo.

¿Dónde y cómo se configuran los sabios?. En el día a día de la existencia. Al asumir situaciones ordinarias o sorprendentes. Con actitudes semejantes a las de la terna adoradora: atención, búsqueda, contemplación, talante de peregrinos.

Con el episodio de los sabios, el evangelista nos ofrece un mensaje  destacado: Desde su nacimiento, Jesús adquiere significado universal. El humanismo de Dios resulta esencial para todos. No distingue razas, ni culturas. No es exclusivo de un grupo, pueblo, ni de confesión religiosa, alguna. Cristo es patrimonio de la humanidad. Desde antiguo, la religión judía, lo percibió. Los profetas, centinelas en la noche y consecuentes con su monoteísmo, lo pregonaron. Por tanto, si el Dios de Israel es el verdadero, ese Dios, lo es de todos los humanos. La revelación hecha a ese pueblo incluye a todo el universo. Por lo cual, Israel, posee vocación sacerdotal: mediadora.

Y Dios se hace hombre para manifestarse, para hacerse accesible a todos. ¡Sin duda!. Tal acontecimiento alumbra notables consecuencias para nuestra fe. Ella no puede reducirse a opción privada. Esconderse en nuestro actuar, en nuestra presencia pública. -Es a lo que, desde ciertas corrientes de pensamiento,  se nos invita, hoy-. Sin embargo, Jesús no vino a fundar un club privado. Vino a comunicarnos que Dios es nuestro Padre. Nosotros sus hijos y todos somos hermanos. Noticia de sumo interés para la entera humanidad.

Así pues, los cristianos estamos llamados a dar testimonio de Jesús. Invitar y acompañar a todos a acercarse a Él. Llamados a ofrecer, a la sociedad, la luz de nuestra fe. Recibida y contemplada en la noche. Confesarla sin complejos. Sí, es el mejor regalo que podemos ofrecer a esta humanidad, en la que Jesús ha nacido para todos. Ser, cada uno de nosotros, estrella que indica el camino de Belén a quienes buscan a Cristo, aun sin saberlo. Invitación apremiante.

Ester Díaz S., carmelita misionera.