Càrol nos ha enviado un escrito suyo publicado en els semanario Cataluña Cristiana, que tiene por título Família y amigos: ¡ que tesoro ! Dice así:

Es cierto que la enfermedad no es solamente de quien la sufre, pues también repercute, y posiblemente mucho más de lo que podemos imaginar, a todos aquellos que conviven con la persona afectada. En mi caso, me refiero a los que me rodean y acompañan en el día a día desde hace unos cuantos años. Admiro la manera de cómo mi madre e Imma

principalmente, pero también el resto de mis hermanos y sobrinos, se han adaptado a la situación que me toca vivir y a todo lo que ésta conlleva.

Además de las obras para acondicionar nuestra vivienda y facilitarme el acceso a la mayoría de espacios, también han tenido que modificar muchos de sus planes y actividades a causa de mis frecuentes ingresos hospitalarios y de mi debilidad. Todo esto significa haber de adaptar su situación y su vida personal a mis necesidades.

Qué fácil suena al escribirlo… ¡pero diariamente, os aseguro que no lo es tanto! Respecto a mi familia, reconozco que es una gran suerte que siempre nos haya caracterizado un gran sentido del humor envidiable que nos ha ayudado a vivir esta realidad de una manera un tanto simpática y optimista, sin lamentaciones ni dramatismos.

Sin embargo, tocando con los pies en el suelo, soy muy consciente y por descontado ellos también, de la gravedad de mi discapacidad y de mi estado delicado. Ha sido duro para una mujer joven aceptar este malestar físico, una baja médica tan larga y tantos ingresos hospitalarios.

En definitiva, a menudo me resulta difícil asumir mi situación y admitir tantos tropiezos en mi ritmo de vida. ¡Nos ha cambiado a todos! Pero, a pesar de su dureza, intento que mis limitaciones físicas no me desanimen para afrontar el presente y el futuro con serenidad.

De todas maneras, no puedo lograrlo sola: son aquellos que tengo cerca los que consiguen que no pierda la esperanza de seguir a delante sin miedos y con la misma ilusión que me ha acompañado hasta hoy.

Afortunadamente, y a pesar de las incomodidades y restricciones inevitables, mi situación no ha afectado en absoluto a mis relaciones sociales. Los amigos de la infancia, los de mis tiempos “jóvenes”, los de estudios, los que nos encontrábamos en las fiestas universitarias, los de trabajo y tiempo libre, los que dejaba en África…

TODOS, siguen de muy cerca cada minuto que lucho para avanzar sin miedo. Me resultaría imposible continuar mi camino sin su presencia. Están a mi lado y me esfuerzo para mantener contacto con compañeros y amistades, a pesar de la distancia solamente física, que nos separa.

Desde mi silla, desde mi cama, es evidente que no puedo deslizarme por la nieve a gran velocidad como lo hacía antes; que no puedo salir a bailar ni a hacer excursiones en bicicleta; que no puedo dedicarme al mundo de la audiología que tanto echo de menos; que tampoco puedo saltar al ritmo del “bongo”, ni tantas otras cosas…

Pero cada vez que imagino a alguien disfrutando de cualquiera de estas actividades, parece que de alguna manera yo también participo. Si cierro los ojos, siento que soy una trapecista que hace volteretas en el aire, que vuela, que toca el cielo con la punta de sus dedos, que siente que el viento acaricia su cara y no tiene miedo a caerse… porque tiene una gran red debajo que la protege y la puede salvar si se cae…

Mi familia y mis amigos son mi red, los que me dan seguridad y no dejan que me haga daño. Su afecto, sus palabras, su apoyo y su compañía son los nudos que unen esa red invisible. Son mi tesoro…

Doy gracias a Dios por todos estos años pasados, por todas las experiencias vividas, por haber podido vivir en primera persona el riesgo, la velocidad, el deporte, la danza, el mundo laboral…

Gracias por mi cuerpo, por mi salud, por mi fortaleza que me permitieron disponer mi vida a su voluntad. Y, ahora todavía más, doy gracias a Dios por mi Red, por mi Tesoro, que cada día que pasa adquiere más solidez y es más valioso.

Càrol Garcia i Murillo

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