Para celebrar la festividad del Padre Palau la hermana Ester Díaz S., carmelita misionera, nos escibre esta carta, en la que (en primera persona) el Padre Palau nos explica su vida.  

Mención en su Fiesta (7 Noviembre)

Soy Francisco Palau y Quer. Fundador de las carmelitas misioneras y de las carmelitas misioneras teresianas. Nací hace años. En Aitona, bello pueblecito de nuestra provincia. No fue buen momento para nacer, pues la nación estaba en guerra contra los franceses. Pero ¿a quién se le ha dado la posibilidad de elegir?. Lo bueno, bueno era mi hogar. Fuimos nueve hermanos. Yo ocupaba el séptimo lugar. No éramos ricos pero tampoco pobres. Y, aunque no esté bien decirlo, formábamos una familia honrada. Es que debo a mis padres el homenaje a su honor y a las mejores tradiciones cristianas que practicaban. ¿Verdad que vuestra familia, también, es estupenda?.

En los primeros años que pasé en mi pueblo, no me ocurrieron cosas extraordinarias, ¡palabra de honor!. No me visitaron ángeles para hacerme dormir. Ni poblaban mis sueños en las interminables noches de invierno. Ni para entretenerme en las horas aburridas. Tampoco se me apareció la virgen.  No, no.

Fui niño entre los niños, jugué con ellos, discutí a ratos, pero tuve grandes amigos. Eso sí, fui devoto cuando había que serlo. Acudía a misa los domingos y fiestas de guardar. Rezaba el rosario en casa, cuando estábamos todos, antes de ir a dormir y cantaba lo mejor que sabía en el coro de la parroquia. En compañía de mi padre. Me daba pena ver niños pobres y repartía con ellos lo que a mí me daban. No mucho, porque en mi familia sobraba poco. Vosotros habéis nacido y vivido en mejor momento. ¡Me alegro!.

Reconozco que algunos amigos de casa y hasta el cura de la parroquia decían que yo era un chico despierto y que debería seguir estudiando de acuerdo con mi capacidad. Que sería una pena que no lo hiciera por falta de medios. Cuando lo oía, no sólo me sonrojaba sino que me ponía triste. Sin los míos, ¿qué haría yo?. Pero la situación no estaba para lloriqueos. Mi hermana Rosa resolvió este asunto al tomarme a su cuidado. ¡Vaya que si me tomó! ¡Y, cómo!. Me quería a rabiar. Rosa me llevó a la partida de Butsénit, donde ella vivía desde que se casó. En nuestra ciudad, me puse a estudiar con toda responsabilidad. Y las letras me trajeron los primeros sueños.

Pensé que no estaría mal ser cura. Bueno, llevaba, tiempo, dando vueltas al asunto. Porque yo quería hacer el bien a mi alrededor, solidarizarme con los demás. Y esa era una buena forma de hacerlo. ¿No os parece?. Pues bien, hice realidad esta opción a los 17 años. Tal vez era joven para tomarla. Pero es que entonces, se crecía demasiado pronto porque la vida era demasiado corta. ¡También ahora!. ¿Verdad?.

(continuará)

Gna. Ester Díaz S., carmelita missionera.