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La hermana Ester Díaz, colaboradora de la Delegación de Mitjans de Comunicació del Bisbat de Lleida, nos envía este artículo coincidiendo con la festividad del Pare Palau que se celebra el 7 de noviembre. 

Desde nuestro nacimiento, nos hemos visto arropados por un importante colectivo: la familia. Ella, suelo nutricio donde hemos anclado nuestra existencia. Refugio para cualquier tipo de inclemencia.

Luego, hemos buscado otros grupos. Con los cuales coincidimos en perspectivas, proyectos etc. Nos apoyan. Similitud, reciprocidad, unidad.¡ Bienvenidas!.

Asociaciones que solicitan nuestra atención. Saber que  están ahí, qué hacen. Prólogo para nuestras opciones. Pero, con frecuencia, nos centramos en nuestros propios argumentos y, despreciamos criterios y modos de vivir ajenos. Observar y valorar son pasos imprescindibles para mayor acercamiento. Consecuencia de nuestra pertenencia a tales entes es el despliegue de no pocas dimensiones propias, antes adormecidas.

Palau, hombre apostado en situaciones donde la historia se escribía con trazos relevantes, perteneció a diversos colectivos. A su familia se sintió, estrechamente vinculado. De ella recibió apoyo y estima, en abundancia. Buen amigo de sus amigos: ¡Cuánto te agradezco la compañía que me hiciste!. Muy conectado a eclesiásticos y a otros hombres de Iglesia: A la hora que menos penséis, os sorprenderé... para daros un abrazo. A pesar del poco tiempo vivido en el convento, se sintió, siempre, profundamente  carmelita: Como hijo de Santa Teresa, beso estas llaves que me tienen encerrado dentro de estos muros de aguas mediterráneas.

Sí, los grupos con su carácter aglutinador, confieren unidad. Pues convocan, a sus miembros, en el proyecto del mismo y les aportan sentido de pertenencia.

No obstante, los humanos tenemos una fuerte tendencia a destacar lo que nos distingue, en lugar de subrayar las semejanzas. Comenzamos, así, a manifestar la diversidad. Y en proporción al incremento de seguridades, nos acercamos a diferentes y hasta a opuestos. Difícil la conexión, al comienzo y, también, después. Diferentes,  discordantes, contrapuestos. Suspendemos la espiral aludida. Pues, así, socavamos la imprescindible conexión para vivir como conjunto. Lo estamos palpando. Respetar, dialogar, perder algo propio, para ir asimilando lo mejor de las propuestas contrastadas y, conseguir ese cambio, sería un buen atajo, en la senda a recorrer. Sin embargo, el  respeto a lo ajeno no puede ser ciego. Sí, crítico.

Tuvo que enfrentarse, Palau, a personalidades que no sólo lo ninguneaban sino que hasta le proporcionaron malos tratos psicológicos: Si no contesta a esta demanda, tramitaré la causa a los tribunales -Y lo desafia-: Consulte a Dios, a su conciencia y resuelva.

Plataforma singular para acercar distancias, limar divergencias y valorar la complementariedad es la convivencia. Situación inmejorable para conocernos y conocer a los demás. Motivos, modos de gestionar las divergencias, así como los resultados que generan. Al descubrir que somos semilla de unidad y diversidad, que en nuestra existencia se encuentran, en abrazo perenne, por honestidad, debemos dar carta de ciudadanía a las ajenas. Ámbitos, estos, de diferencias internas, son el ruedo adecuado para tal interacción. En el proceso se requiere invertir mucha escucha, respeto, valoración, diálogo y crítica sana. Ofrecerla y admitirla.

Es más, cuando acogemos y asimilamos lo divergente, la propia existencia se incrementa y cualifica a niveles insospechados. ¡Cómo mejorarían nuestros vínculos si intensificáramos tales comportamientos!: Servid a todas y todas a cada una. Procurad lo mejor para las demás y quedaos con lo dificultoso, -aconseja Palau a sus hijas-. Conductas-cimiento de sus comunidades. Tal vez, hoy, se nos pide prolongarlas, más allá, de nuestros pequeños círculos de coexistencia.

Palestra significativa en nuestra historia, solicita vivirla desde nuestros mejores fondos. Lejos de la ramplona trivialidad, de la frívola imagen, o de la cicatera competitividad. Fondos personales. Innata capacidad humana donde se genera, incrementa y se aprecia lo esencial de la existencia. Donde nos sentimos envueltos en la protección, cálida, que posibilita nuestro despliegue. Desde ahí, la diversidad, deviene más asequible.

Fue un lince, Palau, para bucear en tales dimensiones. Las valora, trabaja  y propone: La obra grande de Dios en el hombre, se labra en el interior -afirma convencido- Y añade: La belleza interior es esencial.

¿Podemos afirmar que nuestra relación con los divergentes se asienta en estas latitudes?.¡Cuánto progresaría si partiéramos de aquí!.

La unidad indicada no debemos entenderla como homogeneidad. Simple repetición. Tampoco como integración: ser engullidos por otros. La auténtica, no suprime ni excluye las diferencias. Incluye a personas y agrupaciones para optimizar sus vínculos. Premisa y condición de diversidad es la propia singularidad. Bien gestionada, se orienta hacia la divergencia y viceversa: las divergencias devienen unidad. Para vincularlas no hemos de integrar lo propio en lo diferente sino, injertar la diversidad en la unidad personal. Una y otra mantienen, entre sí, conexión indisociable. Son complementarias. Ejemplo tenemos en la persona. Pues su principal característica consiste en generar -por su condición de unidad- variedad de comportamientos y afinidades. Necesaria es la articulación entre ellas para configurar el auténtico proyecto de pueblo.

Pueblo, sociedad. La nuestra, es plural. Sin embargo, en ella actúa el doble principio de unidad-diversidad. Hoy, resulta escenario donde se produce cierta cohesión: cultura  comunicación, etc. La cual facilita, un salto de conductas en las relaciones: del enfrentamiento y la discordia, al incremento de valoración y conexiones.

Al mismo tiempo, lo que se unifica en lo diverso, permite, no sólo, que las agrupaciones diferentes coexistan, sino, que se retroalimenten.

Conceder el título de humanidad a éste nuestro pueblo pasa por reconocer, en los otros, a semejantes. Se nos apremia a intensificar este propósito. A promover vínculos entre personas, colectivos, culturas, que conduzcan a una convivencia satisfactoria. A preservar, cultivar, desarrollar y extender la unidad y la diversidad. ¡Sin atenuantes!. Así, la especie crecerá en altruismo. El planeta se transformará en casa común. Nacimiento de una sociedad más humana. Realización de la unidad en la diversidad, al más alto nivel: cima y esplendor universal.

Y como creyentes un plus a agregar, la comunión: alma del pueblo.

Palau, al constatar bellos encuentros deseados, abundancia de vida compartida, sorprendentes proyectos comunes, armonía acariciada.., atisba situaciones de plenitud. Por ello asombrado susurra: Felices y mil veces felices. Orientados por él, ¿Nos lo propondremos?.

Gna. Ester Díaz S., carmelita missionera.