[25-11-25] Sant Pietro in Vincoli; Basílica de San Pedro encadenado (I)

 

BASÍLICA DE SAN PEDRO ENCADENADO

Conviene advertir, desde un principio, que sin el soberbio Moisés de mármol que se conserva en el interior de la basílica de San Pietro in Vincoli (San Pedro encadenado), realizado por Miguel Ángel a comienzos del siglo XVI, esta iglesia se valoraría de manera completamente diferente y disfrutaría de menos popularidad y de muchísimas menos visitas. De hecho, este es el plus de excelencia que una obra de arte auténticamente maestra (en este caso, un verdadero capolavoro –obra maestra–, como dicen los italianos) es capaz de conferir a todo un edificio. Sin duda, un edificio destacado, lleno de historia y poblado, además, de muchas otras importantes obras de arte, como pronto veremos.

 

LA PARTICULAR UBICACIÓN DE SAN PIETRO IN VINCOLI

Debe señalarse, para empezar, que la ubicación de esta iglesia-basílica es algo periférica, si bien es cierto que no está lejos del famoso Coliseo; en concreto, se encuentra en la popular cima del Fagutal, colina occidental del Esquilino, uno de los siete montes de la antigua Roma. Allí, en la solitaria Plaza de San Pietro in Vincoli, se alza esta basílica romana del siglo V, ampliamente reformada en el Renacimiento y en el Barroco, y también durante el siglo XIX.

 

LAS CADENAS DE SAN PEDRO

Según una vieja leyenda, esta basílica se construyó para albergar y custodiar las cadenas (de ahí el nombre in vincoli: “en cadenas”) que mantuvieron prisionero a San Pedro, primer papa de la cristiandad, en Jerusalén. Dichas cadenas eran propiedad de la emperatriz Eudoxia, esposa del emperador romano Valentiniano III (425-455), quien las regaló a León I, el Grande o el Magno (papa de la Iglesia católica entre el 440 y el 461). Este pontífice descubrió inmediatamente que eran muy parecidas a las que él mismo conservaba del tiempo en que San Pedro también estuvo encadenado en la Prisión Mamertina, de la que hablaremos más adelante al referirnos al Foro Romano. Pero además, el papa León I vio que, en el momento de efectuar la comparación entre las dos cadenas, ambas se entrelazaron para siempre de manera milagrosa; por eso se conservan y veneran en un relicario de vidrio perfectamente custodiado en un lugar muy sagrado –y bien visible– de esta basílica: la parte baja de su altar mayor.

 

EL MOISÉS DE MIGUEL ÁNGEL

De todas maneras, y sin perder en absoluto el respeto por la reliquia de las cadenas petrinas, el gran foco de atracción de esta basílica, único e irresistible, es la escultura del Moisés, obra de Miguel Ángel, realizada en mármol de Carrara, ciudad de la región de Toscana famosa por sus antiquísimas canteras de un mármol blanco impoluto y precioso. Esta escultura estaba destinada a la tumba del papa Julio II, della Rovere, quien la encargó en 1505. Sin embargo, Miguel Ángel no la finalizó hasta 1545, y de una manera muy distinta de como la había concebido. El proyecto original consistía en una tumba quizá demasiado ostentosa y colosal, interminable, con más de cuarenta grandiosas estatuas, que se colocarían en tres niveles o tres pisos bajo la cúpula de San Pedro del Vaticano. No obstante, tras la muerte del papa en 1513, surgieron muchos problemas económicos entre los herederos del pontífice, y el proyecto se redujo, hasta que un nuevo contrato especificó una tumba con una sencilla fachada y con muchas menos figuras que en el proyecto original. Aun así, lo que nos ha quedado, sobre todo la figura del Moisés, es una obra extraordinaria, un indiscutible unicum, y nadie debería abandonar Roma sin haberla visto. Probablemente es la escultura con más fuerza y potencia expresiva de la historia del arte universal.

 

RELACIONES DE SAN PIETRO IN VINCOLI Y LA FAMILIA DELLA ROVERE

¿Por qué el Moisés terminó instalándose en la Basílica de San Pietro in Vincoli? Porque esta iglesia había estado siempre estrechamente relacionada con la familia Della Rovere, la familia del papa Julio II. El propio pontífice había sido cardenal de San Pietro in Vincoli antes de ser elegido papa. Eso hacía de esta iglesia un lugar natural y simbólico para acoger su tumba. Además, hoy sabemos que la ubicación de la tumba de Julio II no se mantuvo en la Basílica de San Pedro porque la nueva construcción hacía inviable un mausoleo tan grande y tan caro. Habría sido como una especie de “segunda basílica dentro de la basílica”. En definitiva, resultaba un mausoleo demasiado grandioso y ostentoso del poder papal y personal de Julio II.

 

LA TERRIBILITÀ DE MIGUEL ÁNGEL

La terribilità de Miguel Ángel es una expresión que significa una formidable combinación de fuerza, intensidad y grandeza dramática que se refleja de un modo único tanto en sus obras como, incluso, en su propia manera de ser; y que hacía que su arte, especialmente sus esculturas, fueran grandiosas e impusieran un respeto y una emoción casi “temibles”. En concreto, en nuestro Moisés vemos una portentosa figura sedente que expresa una intensa, incontenible y desafiante terribilità. Precisamente aquello que tan bien distingue la mayor parte de las esculturas de Miguel Ángel. Sin duda, él debió de sentirse plenamente identificado al cincelar el portentoso rostro de Moisés. Es decir, el gran genio florentino supo atrapar aquí aquel poderoso momento en que Moisés, uno de los grandes profetas del Antiguo Testamento, desató su ira ante el frívolo, inconstante y pecaminoso pueblo israelita que, cansado de esperar a Moisés (quien estuvo hablando con Dios cuarenta días y cuarenta noches, al nordeste de Egipto, en el monte Sinaí, uno de los lugares más sagrados de la Biblia) para recoger las Tablas de la Ley escritas sobre piedra con el dedo de Dios, prefirió adorar al Becerro de Oro (un falso dios que improvisaron y se fabricaron ellos mismos) antes que al verdadero Dios Yahvé. Continuaremos la próxima semana.

 

Ximo Company. Delegación de Patrimonio Artístico

 

Foto: Basílica de San Pietro in Vincoli, Roma, siglo V, ampliamente reformada en el Renacimiento y el Barroco, y también durante el siglo XIX. Vista del Moisés de Miguel Ángel Buonarroti (c.1510-1545); a su derecha vemos a Raquel, símbolo de la vida contemplativa; y a su izquierda está Lea (o Lía), símbolo de la vida activa; ambas eran hermanas, hijas del personaje bíblico Labán, y esposas del patriarca Jacob (Gn 29,16-17).