Tipus
Homilías
Autoria
Producció
Fecha publicación: 
Mar, 04/15/2014

Característica de la unión sacramental con Cristo, es el amor apasionado por la Iglesia

Is 61,1-3a .6 a.8b-9; Ap 1,5-8; Lc 4,16-21

Jesús vuelve a la sinagoga de Nazaret después de días de soledad y oración y presenta su identidad y misión aplicándose palabras de Isaías (61,1-2): ("llevar la buena nueva a los pobres, curar los corazones destrozados, anunciar a los cautivos la libertad y a los presos el retorno de la luz, proclamar el año de gracia del Señor"). Y añade: "Hoy se cumple esta escritura que acabáis de oír" (Lc 4,21). Más tarde, culminará esta misión ofreciéndose para la libertad de cada persona de todos los tiempos, como nos ha recordado la 2ª lectura: "Él nos ama y nos lavó de nuestros pecados con su sangre, y ha hecho de nosotros una casa real, sacerdotes de Dios, su Padre" (Ap 1,5-6). Y nos ha hecho participar explícitamente a todos nosotros de su Ministerio y de su Misión: "Como tú me has enviado al mundo, yo también los he enviado" (Jn 17, 18).

Os agradezco de corazón a todas y todos la participación en esta celebración en la que, con la bendición de los aceites y la consagración del crisma, tenemos la oportunidad de reconocer el Don del Espíritu, el Don por excelencia que nos ha otorgado Cristo glorificado. Vuestra presencia acompañando a vuestros sacerdotes es un buen signo de comunión eclesial.

Todos sabemos que lo que está en la base de nuestra dignidad y hace que participemos ya de la plenitud pascual de Jesucristo es el Bautismo. Los tres sacramentos de la "iniciación cristiana" (Bautismo, Confirmación y Eucaristía) forman juntos un único gran acontecimiento de gracia que nos ha regenerado en Cristo y nos ha abierto a su salvación. Esta es la vocación fundamental que nos une a todos en la Iglesia, como discípulos del Señor Jesús. Luego están las vocaciones específicas.

Hoy nos reunimos a orar, de manera particular, por los que hemos sido llamados al seguimiento de Jesús y a la edificación de la Iglesia en el Sacramento del Orden: un Sacramento que nos vincula al ministerio que Jesús confió a los Doce y que debemos ejercer "con la potencia del Espíritu y de acuerdo al corazón de Jesús, que es un corazón de amor. Si no lo hacemos con amor, no sirve". Con esta contundencia lo explicaba el Papa Francisco el pasado mes de marzo al clero de la Diócesis de Roma, recordando algunas cosas que sería bueno volver a pasar por nuestro corazón antes de reafirmar nuestra identidad.

Una: aquellos que son ordenados se colocan al frente de la comunidad, sabiendo que, para Jesús, estar al frente significa poner la propia autoridad al servicio: "el que quiera ser el primero entre vosotros, que sea vuestro servidor; al igual que el Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos" (Mt 20, 25-28 // Mc 10, 42-45). Y añadía: un obispo que no está al servicio de la comunidad: no está bien. Un sacerdote, que no está al servicio de su comunidad: no está bien. Está equivocado.

Otra característica que se deriva de esta unión sacramental con Cristo es el amor apasionado por la Iglesia (Ef 5, 25-27). En virtud de la Orden sacramental, el ministro dedica todo su ser a su propia comunidad y la quiere con todo el corazón: es su familia. El obispo y el sacerdote aman a la Iglesia en su comunidad. Y la aman fuertemente. Como Cristo ama a la Iglesia. De aquí nace la fuerza de la caridad pastoral que constituye nuestra principal actitud y nuestro principal servicio, es decir, el "oficio de amar".

Y aún enfatizaba un tercer aspecto: reavivar el don recibido en el Sacramento del Orden (1Tim 4,14; 2Tim 1, 6-7) con la oración, la escucha de la Palabra de Dios, la celebración diaria de la Eucaristía y el Sacramento de la Penitencia. Y decía expresamente: "El obispo que no reza, el obispo que no vive y escucha la Palabra de Dios, que no celebra todos los días, que no va a confesarse regularmente... y lo mismo el presbítero que no hace estas cosas, a la larga, pierden la unión con Jesús y adquieren una mediocridad que no hace bien a la Iglesia."

Y ayer mismo (Lunes, 14 de abril 2014) decía a los seminaristas del Pontificio Colegio Leon de Anagni (Italia): ''para quienes siguen el ministerio de Jesucristo no hay lugar para la mediocridad''. Y añadía: ''Convertirse en buenos pastores a imagen de Jesús es algo muy grande, demasiado grande, y nosotros somos muy pequeños... Pero no es obra nuestra. Es obra del Espíritu Santo, con nuestra colaboración'. Recordad las palabras del apóstol Pablo: ''No vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí'' sólo así se puede ser diácono y presbítero en la Iglesia".

Hermanas y hermanos: no es fácil para nosotros vivir a la altura de nuestra vocación y ministerio. Tenemos muy viva conciencia de la desproporción existente entre el don que hemos recibido y la frágil jarra de arcilla que somos. Por ello, en la renovación del compromiso de servicio sacerdotal que haremos ahora mismo, necesitamos el apoyo y la oración de los demás cristianos. Yo os lo pido de corazón a todos los presentes, por nuestros sacerdotes y por mí mismo, a la vez que os renuevo mi agradecimiento a cada uno de vosotros. 

Un agradecimiento y una estima que, en justicia, debo renovar una vez más a mis hermanos sacerdotes por su fidelidad y constancia en gastar su vida día a día, confiando en Jesucristo que nos ha llamado y constituido pastores de su pueblo, en este tiempo y en esta nuestra concreta Iglesia particular de Lleida.