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Cerca de vosotros (Obispo Salvador)
Producció
Fecha publicación: 
Dom, 01/03/2016
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Día de Reyes

Es una fiesta que representa un tercer aspecto del ciclo navideño. La alegría en la celebración del Nacimiento de Jesús; la confianza en la imagen de la Sagrada Familia y, ahora, la adoración del Niño por parte de unos extranjeros que le ofrecen regalos.

Los tres momentos los hemos cargado de adherencias culturales porque han representado lo mejor de nuestra sociedad. A lo largo de la historia del mundo hemos querido acentuar que la vida, la familia y la fraternidad universal son componentes básicos de la humanidad que los creyentes atribuimos como regalos de Dios. Si el ser humano es capaz, como dicen muchos escritores y comprobamos a nuestro alrededor, de hacer realidad los sentimientos más sublimes o los más abyectos, bueno será que fomentemos lo primero y renunciemos a lo segundo. Estamos tocados por Dios para hacer el bien, respetar la vida y valorar positivamente personas y cosas que nos rodean. Aprovechemos esta circunstancia para insistir en mejorar nuestro mundo, en disfrutar de las bondades de nuestros semejantes y en compartir la alegría de quienes reciben regalos por estas fechas. Pensamos sobre todo en los niños. No llamamos infantilismo a esta sensación ni deseamos borrar de nuestra memoria la ternura de la familia o el recuerdo de nuestra propia infancia. Queremos prolongar de un modo permanente la felicidad de la vivencia de estos días. Y eso es perfectamente legítimo porque nos obliga a eliminar parte del egoísmo y a participar de la alegría ajena. Nos entristece comprobar el intento de algunos por eliminar del horizonte humano todo aquello que le permite expresar y hacer realidad los aspectos más sublimes que lleva en su interior y que los cristianos lo experimentamos de forma entrañable en estas fiestas.

Hemos asociado la fiesta de la Epifanía, de la manifestación de Jesucristo a quienes no pertenecían a su pueblo con la adoración y la oferta de dones que le hacen unos extranjeros que, guiados por una estrella, se presentan ante el pesebre. Y vivimos como una tradición muy arraigada el intercambio de regalos entre familiares y amigos. Nos hace felices sobre todo la alegría de los niños cuando abren cajas y paquetes experimentando el amor que les rodea. Para ellos hemos organizado cabalgatas y hemos montado grandes espectáculos. Conviene que les eduquemos también en la solidaridad y en la preocupación por los más débiles. No agotemos nuestra imaginación en los montajes externos y ruidosos. Cuidemos y trabajemos la sensibilidad de los más pequeños por la acogida a los necesitados, por el respeto a toda la creación, por la promoción de la dignidad de todas las personas ayudando en la libertad, en la justicia y en la paz.

En este sentido los cristianos nos recordamos y queremos ofrecer al mundo el sentido de esta fiesta. El regalo supone siempre sorpresa, admiración y gratuidad. Nuestro regalo perfecto ya lo hemos recibido en la persona de Jesús que parece devolvernos lo que los Reyes Magos le acaban de ofrecer. Hacia su figura se dirigen todas nuestras miradas y nuestras aspiraciones en favor de la humanidad porque aceptamos el reto que nos lanza: convertirnos nosotros mismos en regalos para los demás suscitando ternura y misericordia en los corazones de todos. No buscamos alimentar el consumo innecesario de objetos que nos aseguran la felicidad por unos momentos. Deseamos que nuestras sonrisas, nuestro tiempo y nuestras cosas sean regaladas y compartidas con todos consiguiendo así un gozo permanente al experimentar que la exclusión, la indiferencia o el rencor no caben en la mentalidad de los seguidores de Jesucristo. Aprovechemos estas fiestas para ampliar el radio de acción de la solidaridad y de la felicidad.

+Salvador, obispo de Lleida