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Cerca de vosotros (Obispo Salvador)
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Fecha publicación: 
Vie, 03/18/2022

Tenemos una sociedad razonablemente bien estructurada donde los bienes materiales parecen estar al servicio universal de los ciudadanos. El consumo es atractivo y lo utilizamos con mucha frecuencia. Nos lamentamos del consumismo excesivo y solemos acusar a los demás del derroche. Estamos más preocupados por tener, y que los nuestros tengan, que por profundizar en los aspectos esenciales del ser humano que fortalezcan su dignidad corporal y espiritual, que aplaudan el esfuerzo personal por la superación, que promuevan la sensibilidad por las deficiencias del prójimo y por mitigar las desigualdades sociales. Y eso redunda en un perjuicio evidente para todos.

 

Demasiada búsqueda de lo más aparente en esta sociedad del bienestar donde nos preguntamos a qué edad un niño es capaz de poseer un teléfono móvil, cuántos días y a qué país lejano puedo viajar de vacaciones o qué fondo de armario tiene cada familiar para aumentarlo cada día más y más. La acumulación de los juguetes en los niños o la satisfacción de los caprichos de los adultos pueden embotar la mente imposibilitando la limpieza de corazón y la solidaridad.

 

Ante todo esto nos faltan referentes personales que nos puedan servir de modelos de actuación en la vida diaria tanto personal como profesional y familiar. Si tuviéramos una mirada amplia y limpia podríamos ver a nuestro alrededor personas que se desviven por hacer el bien a sus semejantes. Personas dedicadas en cuerpo y alma al servicio de la sociedad. Gentes que buscan una sociedad más justa y fraterna. Los cristianos tenemos la obligación de aprovechar la vida llena de valores y virtudes que nos proponen algunos antepasados nuestros.

 

Es el caso de san José cuya fiesta celebramos el día 19 de este mes de marzo. El santo posee unos rasgos personales dignos de imitación para todos los cristianos. Nos atrevemos a proponer su figura a todos los demás porque a nuestro mundo le sobra algarabía, violencia, desprecio al otro… y le falta discreción, respeto, servicio desinteresado y paz.

 

Muchas veces hemos pronunciado su nombre porque identifica a algunos familiares y conocidos, porque define muchos lugares e instituciones que lo tienen como titular, sin embargo nos cuesta procurar su imitación tan necesaria para todos en estos momentos.

 

Conocemos a san José por los relatos evangélicos. Es el hombre que acepta a María como esposa para compartir su vida y que espera, por la acción del Espíritu Santo, el hijo de sus entrañas que es al mismo tiempo Hijo de Dios. Situación delicada que sabe superarla porque pone su entera confianza en el Señor. Es un hombre confiado, es un hombre justo (así lo define san Mateo), es un hombre silencioso, de una inmensa vida oculta, que la pone al servicio de una misión fundamental: cuidar a Jesús, el hijo de María, y aparecer ante el mundo como su padre en la tierra. Es un hombre que sabe escuchar la voz de Dios y las advertencias de su entorno. En la casa de Nazaret sustenta a su familia con su trabajo de carpintero y acaba su vida en el silencio.

 

La actitud de san José es digna de admiración y de imitación. Necesitamos, como él, confiar en el Dios de las promesas; también en nuestros semejantes que no son rivales o competidores sino hermanos. Necesitamos el silencio, la escucha, la fidelidad. Necesitamos huir del griterío, de las luchas por el poder, de la agresividad en las relaciones. Es una gran figura que nos muestra el camino para cuidar y educar. Aprendamos de su comportamiento que nos llevará a dignificar y a valorar a las personas aplicando la ternura y la limpieza de corazón.

 

Es el Patrono de la Iglesia. Por tanto también nuestro protector.

 

+Salvador Giménez, obispo de Lleida.